Otro escándalo mexicano, ahora en la Bienal de Arquitectura de Venecia
Censura. Componendas inverosímiles. Intriga. Ridículo: es un resumen. ¿El síndrome del Jaimacón (nombre injusto) es lo que nos hará hacer estos papelones? ¿O la simple tontería? ¿O la ineptitud? ¿O todo junto?
La Bienal de Venecia es la más importante muestra de arquitectura del planeta, así nomás. Actualmente se celebra la de este año y en general está muy buena. Nada que ver con la pasada figureta del señor Koolhas. Dos curadoras muy eficientes concibieron el tema de la muestra bajo el más bien vaguísimo tema de “Freespace”. De allí, la mayoría de los países extrajeron brillantes muestras y pabellones.
El mejor, y con mucho, es el de la Santa Sede, ubicado en un vasto jardín de la isla de San Giorgio Maggiore. Allí, el curador Francesco Dal Co (y el Papa, seguramente) mandaron hacer 10 capillas a otros tantos muy notables arquitectos del mundo. Las capillas serán permanentes y son ya una contribución más al fabuloso patrimonio de la Serenísima. La de Eduardo Souto de Moura es, con mucho, la mejor, y tiene una marcada influencia de Luis Barragán (para que hagan berrinche nuestros consuetudinarios malinchistas de café y revistita). Además, el portugués ganó el máximo premio de la bienal: el León de Oro.
En triste contraste, el pabellón de México situado en El Arsenale. El proyecto del pabellón y su museografía son casi impecables, muy brillante trabajo. El problema es lo que luego pasó. Para comenzar, llegamos enseñando, en feo, los guaraches. Todos los textos están nomás en inglés, cuando todos los países los ponen primero en su idioma y luego en inglés. Tache muy cañón. Para seguir, no se entiende mayor cosa, o no hay, o se escamotearon los créditos debidos de los participantes: en el muro, en la hoja de sala, en la guía. La factura física es impecable, el trabajo de los curadores profesional. La cosa es que luego todo indica que se hicieron bolas los del INBA y algunos arquitectos más bien envidiosos y metiches.
Fue así como, después de colgada tres días, la obra de Alberto Kalach –el más importante, sin duda, arquitecto de este país– alguna grillita infecta logró descolgarla y aventarla a una bodeguita de un rincón del pabellón. Esto es absolutamente inaceptable en un país en el que uno de nuestros principales problemas es el amiguismo y el compadrazgo y la corrupción. Porque es necesario decirlo con todas sus letras: la ineptitud, la envidia llevada a la práctica y la politiquería son pura y simple corrupción.
Lo de la censura es todavía más grave. Por mucho menos que eso se han visto rodar encumbradas cabezas en los países civilizados. La censura, todos lo sabemos, ataca nuestro principal soporte: la libertad. Además, las únicas dos piezas del Pabellón que respondían plenamente al tema de la Bienal eran las de Kalach (exquisitos dibujos a mano), y la de Carlos Zedillo y un asociado.
A ver quién dice algo ahora. No se vale ir tan lejos con el dinero público y hacer estas cosas. Vamos esperando: mágicamente se van a reponer los dibujos, y lo demás. ¿O qué?