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Nuestro lado más oscuro

Hace unos días en Veracruz, una pelea por un lugar de estacionamiento terminó con un final que no fue trágico por milagro, cuando un hombre acuchilló a otro en el ojo y no lo mató por muy poco. El incidente nos puso a pensar a algunos y en mi caso lo hizo porque pude haber sido yo el herido. Mi carácter siempre fue algo explosivo y pese a que la edad ha logrado enseñarme que en la mayoría de las ocasiones te ves más bonito calladito, de vez en cuando aún me dejo sorprender por la ira, reclamando o pitando a alguien. Mal. Muy mal estoy, ya lo sé. Aunque no estoy tan mal como para haber estado en lugar del que acuchilla. Primero porque mis instintos no llegan a tanto. Segundo porque, por las dudas y sabiendo de mi carácter, nunca he cargado con un arma en toda mi vida. Bueno, a menos que aquél dicho de que la pluma hiere más que una espada cuente como arma. Pese a todo, el incidente me hizo pensar no sólo en mí, sino en personas cercanas, que podrían fácilmente estar en uno de los dos lados.

Los autos con frecuencia sacan lo peor de nosotros. Walt Disney lo mostró brillantemente a través del personaje Tribilín, alguien completamente afable en su vida real, pero que se transformaba en un monstruo una vez se ponía al mando de un coche, vociferando contra todos y contra todos a su paso. Apenas bajaba del auto y volvía a ser otra vez el “pan de dulce” de siempre.

En movimiento o no

Hasta ese incidente en Veracruz, de alguna manera tenía yo la idea de que el relativo anonimato que nos otorga un coche en movimiento, era el principal motivo para nuestra rebelión. Bueno, tal vez lo sea, pero ahora veo que no es el único. El auto se transforma de alguna manera en una extensión de nosotros mismos, en alguien de la familia, en algo que no puede ser amenazado por los demás.

De hecho, me sorprendo por no haber sido capaz de haberlo visto antes, cuando en las redes sociales tengo casi de manera diaria una prueba de lo contrario, que llega en forma de insultos, algunas veces exacerbados, cuando critico algún modelo.

El instinto de competitividad nos impulsa a llegar antes que el que va al lado, incluso cuando éste ni siquiera se ha percatado de nuestra existencia. El lugar donde parar el coche también es importante para muchos, como mostró el incidente mencionado. Algunos piensan -no estoy entre esos, debo aclarar- que la calle frente a la banqueta adelante de su casa le pertenece y ponen botes con cemento y otros obstáculos para reclamar la propiedad de un espacio que en realidad es público donde, a menos que sea una cochera, cualquiera tiene derecho de estacionarse. Y si alguien se atreve a usarlo, corre el riesgo de vivir mínimo una pelea verbal.

Sí, los autos tienen la capacidad de sacar lo peor que existe en muchos de nosotros y la forma de evitarlo es la eterna vigilancia, la tan difícil búsqueda por la inteligencia emocional que cuando nos falla, en segundos nos puede cambiar la vida, justo como sucedió con los personajes del incidente en Veracruz.

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