Nuestras palabras de cada día
Aunque siempre hablamos con palabras y ya muchas veces hemos hablado de estos temas, creo que en estos momentos es muy oportuno retomarlos de nuevo para nuestra reflexión.
Hemos afirmado que los pensamientos nacen de la ideas que germinan en lo más íntimo de cada persona, y de allí brotan las palabras y las intenciones que impregnan también todas las acciones y las actitudes que realizamos.
Pero hoy concretamente quiero detenerme a un cierto tipo de palabras que es muy fácil cultivar y que en lenguajes populares tienen sus nombres bien definidos.
Lo que en tiempos no muy lejanos del siglo pasado se llamaban “malas palabras”, en este siglo de glorioso progreso han pasado a formar parte del elenco folklórico de nuestro lenguaje; y lo que eran críticas o chismes -con o sin fundamento-, también siguen en vigor, aunque no siempre queremos darle el auténtico valor que conllevan.
Es evidente que cuando una persona comenta un tema positivo o negativo refiriéndose a otra, le está compartiendo su punto de vista y su sentir; si el comentario no es bueno, aquello se multiplica, y si son varias personas que lo escuchan y luego sigue adelante el comentario ese se multiplica y se agranda en tal forma que la persona aludida ya se ve revestida de cualidades y defectos reales o imaginarios o agrandados en tal forma que casi la configuran.
Lo peor es que la persona implicada ni siquiera se ha dado cuenta de la dimensión que ha tomado aquello.
Esto tiene mucho más efecto cuando por necesidad o por obligación nos hemos visto conminados a vivir mucho más tiempo en casa, allí donde tendríamos que vivir ese pequeño paraíso que estamos llamados a construir cada día para ser siempre felices.
Es un hecho que no todo lo que hacen o dicen los que nos rodean, en el hogar, en el trabajo, en nuestro pequeño círculo social, es precisamente de nuestro agrado, pero eso no nos da derecho a ir por ahí divulgándolo como la noticia del día.
Las buenas palabras son como flores en el jardín de la vida; las palabras ásperas son cardos y espinas en el camino.
También es bueno recordar aquello que enseña la sabiduría popular:
“Quien habla mal de otros contigo, hablará mal de ti con otros”.
Y aquello que: “De la abundancia del corazón habla la boca”, es verdaderamente cierto.
Por eso hoy vamos a procurar ver lo bueno y hermoso en la creación, en el paisaje, en nuestro entorno y sobre todo en las personas, especialmente en las más cercanas a nuestra vida y a nuestro corazón.
Y me viene a la mente una cosa más que escuché una vez: “Cuando hagas un comentario negativo acerca de una persona, haz también una oración por ella.” Aunque sea verdad lo que has dicho.
Espero que esta reflexión nos ayude a cultivar en lo más profundo de nuestro ser, el verdadero amor que Dios, Amor que comprende, que disculpa, que no hiere, que levanta y anima… y que con ese Amor que Dios quiere hacer germinar en cada corazón, cada día seamos todos más felices.