Ideas

Notas para cuando llegue por mi la muerte

Me gustaría morirme como mi abuela, habiendo iniciado el día y muy prontito por la mañana después de hacer diligencias y al caer la tarde con un libro en el regazo. Me gustaría morirme como Kike, después de un atrancón de pozole y en la madrugada a causa de que su cuerpo no pudo digerir tanta cosa. Me gustaría también morirme de cien años, como mi otra abuela, a la que despedí con música de esa que creo que la recibiría su dios en el cielo. Me gustaría morirme como el Chino Araiza, en el clímax de mi vida y haciendo lo que más le gustaba, trepar cerros, hacerse uno con la naturaleza. Envidio a quien se muere en la siesta en una tarde sencilla de octubre y sin aspavientos. No quisiera la muerte de mi tía Laita entubada y llena de cables pero sí quisiera llegar a ese día después de vivir su vida, tan llena de eso, de vida. Me pregunto cuál habrá sido el último pensamiento, emoción, intención de Raúl. Elena se fue como se va la gente buena, solo por un corazón demasiado vulnerable. Don Lalo se despidió de los suyos y en varias ocasiones, qué regalo de vida poder hacerlo y sentir el amor que cosechó por tantos años.

Algunos de mis muertos han pasado al trance de lo que no sabemos qué sea o qué haya después de la vida de una manera particular. Si cada nacimiento es especial, por qué no lo sería cada muerte. Desear y planear quienes estarán cuando nacen nuestros hijos da mucha libertad; desear y planear también con puntos y comas de cómo nos imaginamos partir de este mundo y en compañía de quién, es para mí todavía más importante.

Me gustaría como decía el poeta argentino, que el día de mi muerte, la Dama de la capucha negra me encuentre, lo más viva del mundo. Me encantaría despertar con el día, saborear el té de cúrcuma y jengibre de la mañana que siempre es igual y siempre es distinto. Me daría un desayuno de reina pero no exageraría para que así me llegara prontito algo de hambre y picotear uvas, dátiles y nueces. No me gusta el desayuno dulce, pero el primer brinquito antes de llegar al medio día disfruto que sí lo sea. Para la botana de la comida, (mi momento favorito en cuanto a comida se refiere), me gustaría que hubiera un pico de gallo jalisquillo: naranja, jícama, tuna y pepino; a un lado cacahuates asados, panela fresca, fresca, unas papas con Valentina y limón, de tomar un tequila blanco, blanco, blanquísimo con sangrita de verdad. Si tuviera que poner algo más de botana agregaría un pedazo de birote salado y jocoque de rancho, pero ya es mucha gula. También justo con la misma intención de no terminar con el apetito, botanearía poco, el tequila me lo terminaría en unos mil traguitos, cada uno más chiquito que el siguiente para que dure y haga el maravilloso efecto de soltar el cuerpo y ablandar la carcajada que da paso a la seriedad de la comida.

De comer, podría ser algo menos tapatío: me encantaría echarme una buena carne, un buen robalo como el de La Matera y una copa de blanco bien seco. Como deseo así para el último postre en la tierra, creo que elegiría alguna cosa también muy sencilla, estoy todavía decidiendo entre una jericalla, un par de polvorones especiados, chocolatitos y/o unas trufas. El placer que da que una trufa se derrita en la boca, hoy por hoy, me parece un pequeño milagro, mismo que experimento tres veces y de jalón justo al terminar de comer. Seguiría con mi rutina del día, si me llega vieja la muerte me encantaría haber dado un paseo a media tarde y llegar con las piernas cansadas al sofá en el que las subo para que baje la hinchazón de la batalla contra el asfalto o en el campo recién dada. Y antes, justo antes de la cena, me gustaría tomarme junto a mi familia un martini seco, que tenga una aceituna con queso azul y una sin queso azul, algunas otras por ahí rondando junto con un requesón preparado solo con aceite de oliva y sal, pan de masa madre y jamones de esos ibéricos e italianos y una muy sencilla ensalada verde. Los sabores básicos y llenos de campo son los que me gustaría que se quedaran en mi paladar antes de despedirme. Me da pena haber dejado el champán y el caviar fuera de mi menú previo a la muerte, si por ahí se me cruza uno de estos días, sin duda aprovecharé la oportunidad.

Me gustaría morir vieja, viva, rodeada de la familia que me tocó y la familia que escogí. Me gustaría no luchar demasiado, me concentraría en la respiración propia y la ajena, pediría de favor a alguno que no me dejara ir en el silencio, me parece importantísimo irme acompañada de música de los dioses a los que hemos tenido la gloria de escuchar.

Me encantaría un beso de mi hija en la frente, una mano en la suya y la otra en la de mi ángel alado, y muy, muy poco más.

argeliagf@informador.com.mx • @argelinapanyvina

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