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Nos vemos, iguales, en las urnas

Uno de los actos más acabados en el servicio público de México es la cesión de responsabilidad, puede ser hacia alguien o algo, objetivo o subjetivo, por ejemplo, las circunstancias, el pasado, el tipo de cambio, la injerencia extranjera, las revanchas entre criminales o la gente que antes ocupó el gobierno. En casos extremos, en los que se complica dar con destinatarios de la cesión, o sea, cuando el pasado no basta y las personas dignas de cargar con la responsabilidad no encienden la ira de los espectadores, un paso intermedio consiste en fugarse de la responsabilidad montados en mentiras o en el silencio: si no se menciona no existe y si no existe, pensemos en el cambio climático, ¿cuál obligación? Endosar los deberes propios a alguien más es maquillarse con el inocuo yo no fui, que implica, infiere el maquillado, andar por el mundo con la mirada en alto sin desuncirse de la nómina que corre por cuenta del erario, ni del uso patrimonial de éste.

Aunque no es una costumbre, cuando se trata de asuntos que atañen a la sociedad, exclusiva de políticos y burócratas. Dos muestras. Decimos: “se fue la luz” (nos quedamos sin energía eléctrica) ¿la reportamos?, no, seguramente alguien más lo hizo, de este modo el responsable es alguien y más le vale que haya llamado a la CFE. Con las redes sociales tenemos al alcance dos sucedáneos de la responsabilidad social que nos dejan orgullosos en cuanto nos los prescribimos en la comodidad de la palma de la mano: los likes, exhibición refinada de solidaridad, y el portentoso movimiento revolucionario que yace, cien veces al día, debajo del botón reenviar, y si con todo y esto las cosas siguen siendo adversas ¿qué más quieren que hagamos? Nuestra responsabilidad fue debidamente transferida a las manos de aquellas y aquellos que disfrutaron del placer político de recibir nuestros “me gusta” y los archivos flamígeros que les compartimos.

En la jornada electoral de hoy, apogeo o ruina (se puede sentir de las dos maneras) de un proceso político cuyo nivel, en la mayoría de los casos, desmintió la propaganda oficial, la elección más grande e importante de la historia, está una vez más en la vitrina el juego de cesión de responsabilidades, a través de uno de los aspectos centrales en una democracia: el derecho a votar. Caractericemos esta contienda a partir de lo que fue el foco: que el Presidente conserve una mayoría determinante para hacer los cambios constitucionales que su proyecto necesita u oponerle un contrapeso merced a que el sufragio favorezca a las banderías que lucen opositoras, coaligadas o no. (Lucen es el término pertinente porque una vez en la curul, cosas extrañas pueden afectar las filias y fobias previas de las y los legisladores). Para resumir: lo que desde una esquina u otra del ring pregonaron se puede frasear ¿quieres más de lo que en estos dos años y siete meses has visto, con todo y el futuro que ello entraña? Si es sí, vota de este modo, si es no, etc. Por supuesto, existe un universo local que con la elección se rifa negocios cotidianos, trivialidades si se miran desde lo que se ha dado en llamar nacional, los servicios públicos, una porción importante de la buena o mala calidad de vida de la gente, la seguridad, en fin, asuntos que la praxis tradicional marca ajenos al Congreso de la Unión. Pero el asunto, insistimos, que acaparó la atención de la república fue el ya dicho: los pesos y los contrapesos, todo el poder para uno o vámonos entendiendo pluralmente.

La cesión de responsabilidad que atestiguamos en este proceso electoral es: la exigencia hacia los electores para que asuman el “voto útil”, ese que se reconoce a través de quienes sí saben y prevén lo que conviene a todos (están por todas partes en las redes sociales); si nadie se equivoca, es decir, si con mansedumbre se acepta que unos saben más, se acotará el poder unívoco que amenaza a la democracia, sin reflexionar cuan pasivos fueron, antes, a la espera de que otras, otros, se hicieran cargo de la desigualdad, de las injusticias, de ampliar el acceso de tantos a la posibilidad de ejercer sus derechos, de frenar la corrupción, esos otros, inidentificables, no entendieron la obligación que les cedieron entonces y por eso ahora, de última hora, corresponde a nuevas otras y otros (aunque sean los mismos) enmendar, a partir de lo que los pasivos de siempre afirman es mejor para la sociedad. Y en el otro bando, la solicitud, a los mismos votantes, de no hacer caso a los pregoneros del apocalipsis; si en lo que va de la administración federal los cambios no se acercan a la prometido es culpa de ajenos, actuales y pasados, y de las condiciones muy sabidas que por estas fechas se anuncian como inusitadas y respecto a las cuales durante años quien rige afirmó tener tratamientos baratos y de amplio espectro, de este modo cede la responsabilidad a sus “enemigos” y a los que con su voto pueden comprarle tiempo, no capacidad, tampoco autocrítica, pues al cabo la responsabilidad no es suya, sino de la multitud de factores huidizos de los que cada mañana da cuenta.

La democracia debe partir de y debe llegar a la libertad individual que se reconoce parte de una comunidad, es desde esta certeza que la utilidad del sufragio es indudable; la suma de los millones que ejercen su libertad personal otorga curules y sillas de mando, pero es posterior, y si sus secuelas no corresponden con los anhelos, con las soluciones esperadas (ha sido la norma) suponer que pocos entienden lo que el resto debe hacer con su libertad, con su derecho, lo fallido que acarrea la democracia se vuelve fatalidad, perniciosa y duradera.

agustino20@gmail.com

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