Nona
Tuve la buena fortuna de conocer hace ya años a Nona Fernández, la ganadora en este 2017 del Premio Sor Juana Inés de la Cruz que otorga la FIL, cada año, al libro de una escritora en lengua española. Un premio necesario, dado que en nuestro medio literario aún es evidente que una mujer tiene que emprender una lucha enorme contra inercias y desdenes inadmisibles antes de que su obra sea editada, leída y difundida.
Nona fue parte del grupo de autores seleccionados por la feria bajo el título de “Los secretos mejor guardados de América Latina” para conmemorar sus 25 ediciones. Su experiencia como dramaturga y escritora de programas de televisión (amén de su amplio trabajo narrativo) le dieron, sin duda, un espacio singular dentro de ese grupo variopinto. Moderé la mesa en la que Nona charló con algunos de sus pares, como Emiliano Monge o el ecuatoriano Eduardo Varas. La precisión de sus ideas y la agudeza de su humor hicieron que el moderador saliera de la mesa directo a comprar sus libros disponibles.
Tengo para mí que el Premio Sor Juana se ha convertido en uno de los motores de la FIL. Claro que el premio que lleva el nombre de la Feria concentra los reflectores; claro que la conferencia inaugural del salón literario acapara encabezados. Pero tanto uno como otro no dejan de ser espacios consagratorios, que suelen celebrar, por definición, a autores ya muy reconocidos. el Sor Juana, en cambio, se especializa en descubrirnos obras que ameritan esa visibilidad y nos pone sobre la mesa discursos y obras rompedoras, súbitas. La FIL ha sumado a su elenco de figuras indispensables a sus ganadoras. A escritoras de la talla de Lina Meruane, Perla Suez, Ana García Bergua, Almudena Grandes y, ahora, Nona Fernández. Mi reverenciarcía Bergua, Almudena Grandes y, ahora, Nona Fernández. Mi reverencia.