Noche Buena
En el lenguaje de los países de cultura cristiana, la noche del 24 de diciembre es la única a la que se le denomina “Buena”, así, con mayúscula.
Quienes protagonizaron los acontecimientos sucedidos en aquella lejana noche en que Jesús nació, jamás imaginaron toda la serie de consecuencias que aquel suceso, en cierto modo trivial, habría de tener para la civilización humana. Tan trivial como puede ser el hecho de que una mujer embarazada pueda dar finalmente a luz, no tan trivial el que lo haya debido hacer en un establo, ya que una posada no era el sitio adecuado para un alumbramiento. Nada trivial si consideramos el origen, la palabra y los hechos que habrá de realizar el niño que entonces nacía.
Desde la antigüedad este nacimiento será reproducido en todo tipo de materiales, desde la cantera y el mármol hasta los más finos y exquisitos metales, pasando por pinturas y bordados, pero también por medio de cerámicas populares, de la fina porcelana, del cristal o del barro. Aunque la primera reproducción en tercera dimensión del “nacimiento” es medieval, su reproducción en relieves y pinturas comenzó ya a fines del siglo primero. Nunca un hecho histórico rodeado de tanta pobreza había sido reproducido con materiales de tan extraordinaria riqueza como el oro, el marfil y las más sorprendentes piedras preciosas.
Desde luego esta riqueza cultural buscaba expresar el contenido hondo del acontecimiento. En contraste, la nota que más domina las celebraciones actuales de la navidad están marcadas por lo superfluo, tanto más brilloso cuanto más vacío, justo porque vivimos una época en que el sentido parece naufragar en el ensordecido ambiente del consumismo y de las vanas apariencias.
En el mejor de los casos, quienes han perdido la fe convierten la navidad en una especie de fiesta de los valores familiares, pues ya no pueden entenderla como una fiesta en que la familia unida por la fe celebra al dador de la vida, Jesús. Por lo tanto se habla de paz, de armonía, de unidad y fraternidad como si se pudieran colocar las hermosas esferas sin el soporte de un árbol. Sin duda, una navidad que excluye su original referente religioso, acaba siendo un conjunto de esferas sin árbol. Al final se estrellarán todas en el piso de una vida cerrada a la trascendencia.
La fiesta de la navidad significa la fiesta del nacimiento, del nacimiento de una persona que ha marcado el perfil humano de media humanidad desde hace veinte siglos. No confundamos a los cristianos con la persona y el mensaje de Cristo, pues mientras éste es permanente y transformador, la forma en que lo asumen los creyentes es tan variable como variable es la condición humana, pero para quienes a lo largo de los siglos lo han convertido en un verdadero estilo de vida, los resultados han sido y siguen siendo extraordinariamente sorprendentes, tan sorprendentes y extraordinarios como la generosidad, convicción y solidez con que un padre o una madre de familia han vivido su fe sin alardes ni publicidad, pero con abundantes frutos. De estas personas, todos hemos conocido muchas.
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