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No podemos esperar milagros

Hace unos días sucedió, en nuestras narices, un hecho verdaderamente ominoso: cuatro jóvenes, tres mujeres y un hombre, fueron asesinados a unos kilómetros de Guadalajara. Aquí, en nuestra tierra; no en Ucrania ni en Perú, vaya, ni un enajenado disparó en contra de inocentes en una ciudad norteamericana. Fueron masacrados en la carretera de Colotlán a Tepetongo, la cual une Jalisco con Zacatecas -por cierto, “gobernado” por el hermano del senador Monreal, quien aspira a la Presidencia de la República-. ¿Cuál fue su delito? ¿Cuál el agravio que pagaron con sus vidas? ¿Qué hicieron? Necesitamos una explicación clara y contundente. Leámoslo bien: cuatro vidas fueron cegadas en medio de la impunidad en la que vivimos. Dos de ellos estaban por contraer matrimonio. El novio vino desde Ohio a encontrase con la muerte. Hoy, sus manos yacen inmóviles, frías. Las caricias que predecían una vida feliz han quedado encerradas en dos ataúdes.

He buscado en las redes, medios de comunicación e incluso, en el comentario de la calle, signos mayores de preocupación, convocatorias a manifestar nuestra indignación y enojo. La respuesta, salvo algunos editoriales de reconocidos periodistas, es apenas perceptible. ¿Dónde los partidos políticos? ¿Dónde las organizaciones civiles? ¿Dónde la Universidad de Guadalajara, convocando a la comunidad universitaria para defender a la sociedad? ¿Dónde la Cámara de Comercio o el Consejo de Cámaras, otrora voces que con autoridad moral se hacían escuchar? ¿Para qué los miles de militares disfrazados de guardia civil que nos ha enviado el Gobierno “federalista”? ¿Qué haríamos si las víctimas fueran nuestros familiares o amigos? ¿Acaso nos hemos convertido en clanes que sólo reaccionan cuando ven afectados sus intereses? ¿Vivimos las consecuencias del egoísmo en el que nos hemos perdido? ¿Son estos los efectos de un Gobierno que alienta la confrontación ciudadana, protege la existencia de grupos delincuenciales y favorece la impunidad? El cardenal José Francisco Robles Ortega, desde hace tiempo, ha expresado su preocupación por el estado de cosas que se viven en esa región.

Mientras sigamos esperando que alguien venga a resolver los problemas que nos afectan, seguiremos abonando nuestras desgracias. No podemos continuar evadiendo nuestra responsabilidad, escondiéndonos en el argumento de que es el Gobierno quien tiene la obligación de proteger a la sociedad. De eso no hay duda, para eso la Constitución le autoriza el uso de la fuerza, la violencia institucional, para eso las Fuerzas Armadas pagadas con nuestros impuestos. Pero ¿qué sucede si el Gobierno, por ineficiencia, incapacidad, incompetencia o complicidad, es omiso en su obligación de protegernos?

No podemos esperar milagros. Valga lo anterior para preguntarnos qué estamos haciendo o qué podemos hacer para evitar que la indiferencia de la sociedad desemboque en escenarios poco deseables o, incluso, aterradores. No se trata de alentar la confrontación, sí de hacer conciencia para encontrar caminos que permitan reconstruir el tejido social. Debemos repavimentar la carretera de la civilidad responsable, aunque tengamos puntos de vista diferentes, el problema es de todos. ¡No más asesinatos, no más impunidad, no más luto en los hogares de Jalisco y de México!

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