No más vergüenza
Pocas veces reconocemos a personas tan impresionantes como Gisèle Pelicot, la mujer de origen francés se ha convertido en el nuevo rostro de la lucha contra la violencia sexual que ella misma sufrió. Como pocas, logró romper el paradigma.
La historia conmocionó al mundo. La mujer de 72 años descubrió que su marido, Dominique Pelicot, el hombre con quien compartió 50 años de su vida, la narcotizó y la sometió al abuso sexual de más de 80 desconocidos a los que él reclutó a través de un foro en internet sin transacciones de por medio para que abusaran de Gisèle siguiendo sus instrucciones mientras los filmaba y fotografiaba. Esta atrocidad se prolongó por 10 años.
Nadie advirtió lo que sufría esta mujer, madre de tres hijos y abuela de siete nietos, en el último tramo de su vida. Nada dura para siempre, cuando se abrió la Caja de Pandora toda Francia quedó sorprendida por el valor de Gisèle, quien dejó claro que ella no debía esconderse por lo sucedido y llevó a juicio público al que fuera su marido y a 51 de sus agresores identificados por los videos encontrados en la computadora de Dominique.
El juicio que inició a principios de este mes y continuará hasta diciembre próximo abre la conversación internacional sobre temas que se han desestimado durante décadas, como la agresión sexual, la pornografía o la impunidad, además de replantear el estigma sobre las víctimas de abuso sexual, criticando el mal que por lo visto sufren todos los países, pues en Francia, como en muchos otros, menos del 1% de los agresores sexuales reciben una sentencia.
Fragmentando algunas de las citas más reconocidas de Jean-Jacques Rousseau, Gisèle Pelicot deja claro que lo vergonzoso es el crimen y que una víctima inocente no debe sentir vergüenza por nada; con esta premisa como si fuera un motor se ve a una mujer que se enfoca en encontrar la justicia que merece. Ha requerido mucho trabajo personal para recuperarse y convertirse en quien es hoy: una mujer que camina con la cabeza erguida, que eligió no esconderse, a la que activistas y los ciudadanos reciben entre aplausos en el tribunal de Aviñón.
La presión social inició con marchas de mujeres alrededor del tribunal apoyando a Gisèle y condenando el abuso sexual, la protesta se ha extendido con mensajes en las paredes de la ciudad con frases como: “Hombres comunes. Crímenes horrorosos”; “Dijeron que estaba rota, en realidad es una luchadora”. Sin embargo, pese a la solicitud de los abogados de Gisèle de llevar un juicio público, el presidente del tribunal, Roger Arata, ha decidido dar una vuelta de tuerca y cerrar la puerta a los periodistas durante la reproducción de los videos donde se identifican a los acusados, un acto que los abogados consideran que protege la indignidad de los responsables.
Pese a la crítica y a la sobreexposición, la víctima en esta historia no da un solo paso atrás, lleva como estandarte la frase que acuñó la abogada y activista Gisèle Halimi a principios de los años setenta: “La vergüenza debe cambiar de bando”, uno de los preceptos de la asociación “Elegir la causa de las mujeres” que fundó junto a la polifacética Simone de Beauvoir, y quien luchó por la despenalización del aborto y la criminalización de la violación.
En este caso, atroz por donde se vea, Dominique Pelicot se reconoce culpable y expone no sólo su torcida consciencia, sino la de muchos hombres como él en la comunidad de Mazan -a donde se retiró la pareja Pelicot para vivir una jubilación tranquila- una localidad que apenas alcanza los seis mil habitantes y que evidencia una comunidad infestada de agresores sexuales, lo que ha creado un clima de desconfianza entre los residentes.
El juicio es una historia que se sigue escribiendo y que visibiliza un problema en un país donde se identifica una víctima de agresión sexual cada dos minutos, donde se guarda silencio porque sólo el 6% denuncia el delito y donde la revictimización de las autoridades y la impunidad siguen presentes, lo importante es que el valor tiene un nuevo nombre y se llama Gisèle.