Niños sicarios
Estamos viviendo una realidad que bien podría salir de una película, pero no; aquel México que se llevó al cine nacional hace poco menos de dos décadas nos alcanzó y de una u otra forma todos somos actores en una producción que necesita con urgencia un nuevo guionista y un nuevo director.
La semana pasada la atención mediática se posó en Sonora, la detención de un grupo de niños luego de dos operativos en los municipios de Atil y Santa Ana hizo reflexionar a la sociedad sobre lo vulnerable que es la infancia: fueron siete menores entre los 10 y los 13 años que portaban armas largas y equipo táctil, algunos custodiaban una casa de seguridad.
“Niños sicarios” los llaman, el sólo concepto es impensable; son palabras que jamás deberían ir juntas y que tampoco querría leer en un encabezado, pero sucede todos los días, la diferencia es que no siempre llega la información a los titulares nacionales. La promesa de mejorar la calidad de vida de sus familias, el espejismo del dinero rápido o el poder con armas en sus manos son factores por los cuales un menor puede ser reclutado sin pensar lo que implica; los menos afortunados son sustraídos para convertirlos en material de trata de personas.
¿Por qué los niños son tan susceptibles? Lamentablemente, la respuesta es fácil: en regiones donde la pobreza, la marginación y el difícil acceso a la educación son parte del escenario y la población se vuelve un blanco fácil. Hay otras fórmulas probables: hogares fracturados, padres ausentes, violencia familiar, consumo o venta de sustancias que los niños ven con normalidad. Entornos hostiles que a cualquiera desensibiliza, más aún cuando de por medio hay recompensas entre los siete y los 30 mil pesos para ellos en la nómina del crimen por desempeñarse como “halcón”, “traficante” o “sicario”.
Este año, en el marco del Foro Reinserta, que llevó por título “Niñas, niños y adolescentes expuestos a la violencia en México” se destacó que aproximadamente 250 mil niños están en riesgo de reclutamiento por las precarias condiciones en las que viven. De acuerdo con la organización, el problema no es nuevo, lleva décadas en el tintero de los últimos sexenios sin que alguno establezca políticas públicas para visibilizarlo, cuantificarlo y establecer el plan de acción para revertir las cifras. Se estima que existen entre 45 mil y 360 mil niños, niñas y adolescentes a merced de grupos delictivos, el margen es tan amplio que se vuelven invisibles.
El caso de Sonora llevó a la conversación pública la responsabilidad que los padres tienen en todo esto por la falta de supervisión de los menores. Y mucho de cierto hay en ello; sin embargo, si de paternidades y responsabilidades hablamos, ¿dónde queda la de las autoridades que no han podido erradicar el crimen pese al combate permanente que existe? Todo a la escala que corresponde.
Los niños capturados en Sonora deberán pagar por los delitos que les imputan; sin embargo, también son víctimas y difícilmente podrán ser juzgados como adultos. Será casi imposible no revictimizarlos en el proceso, pero no se puede ignorar que son responsables de crímenes como secuestro, tortura y homicidio. Unos cuantos años, cinco quizá, es lo que les correspondería al ser juzgados como menores; un adulto en sus condiciones debería pagar con varias décadas en prisión por cada delito.
Las imágenes de esos niños con el rostro parcialmente censurado, vestidos de negro, con chalecos cubriendo un diminuto cuerpecito era algo que me costó ver y analizar. Niños jugando a ser adultos sin consciencia real de las consecuencias. Qué difícil verlos como delincuentes u homicidas, pero fueron orillados a eso. Los menores esperarán sentencia, en el mejor de los casos aprovecharán el tiempo para enfocarse en un oficio o formación académica para que al salir puedan reiniciar su vida, con suerte lejos de ese mundo que les arrebató la inocencia; lamentablemente, muchas de las veces ese mundo los espera nuevamente, ya sea para retomar el camino donde lo dejaron o para acabar con él.