Ideas

Ni modo

De qué humor amanecerán las electoras y los electores el 2 de junio. ¿Con ganas de lo nuevo? ¿Con la mira puesta en el cambio? ¿Con buena voluntad hacia la noción, no somos iguales, nomás nos parecemos muchísimo? ¿Con la certeza de que da igual y mejor no perder el tiempo votando? Y lo crucial: ¿el ánimo que ese día tengan será consecuencia de las campañas electorales? ¿O desde ya la suerte está echada? Cómo no recordar unas de las primeras líneas de la película Gladiador, según la traducción para el doblaje en España, hablan los soberbios romanos: Quinto, segundo al mando, comenta al general Máximo, al ver a las huestes germanas, muchedumbre vociferante en calidad de ejército, dispuestas para la batalla: “Hay que saber cuando se es conquistado”, Máximo repone: “¿Tú lo sabrías? ¿Y yo?”. O dicho al modo mexicano: a pesar de los vociferantes candidatos, mujeres y hombres (sí, ellos son los bárbaros, en esta película nacional los ciudadanos son los civilizados): ya valió y no se dan cuenta, ¿nosotros sí? 

Luce catastrofista. Pero, en todo caso, qué es lo que ya valió. Que los problemas que enfrentamos parecen tener raíces cada vez más profundas y troncos y ramas y frondas con una densidad casi impenetrable, mientras el mundo de los políticos, de los que aún ejercen el poder y los que están en vías hacerlo, cada vez es más pequeño; para efectos del estado de derecho y de la justicia: pequeñamente eficaz, yerba transitoria que, no obstante, medra con el erario y con el poder que le dejan. Problemas la inseguridad y el crimen organizado, que se representan en pérdida de control constitucional en territorios cada vez más amplios. Árbol de problemas medioambientales, de desigualdad, de exclusiones. Problema la salud, problema la vivienda, problema la migración, problema el agua. Problema la corrupción. En dos palabras: problema político. 

Esta descripción-percepción, que no es única, ¿ayuda a imaginar el talante con el que amanecerán los votantes el 2 de junio? Sí, por una razón: la multitud de asuntos por resolver mueven el talante de la gente todos los días, por qué no habría de ser así el primer domingo de junio. La cosa es que el mal ánimo de las personas hacia las condiciones en las que evalúan sus vidas no suele encontrar paliativo en eso que resulta de las elecciones, para decirlo en breve: malos gobiernos. Y lo cotidiano en todas sus vertientes correrá como haya de correr a despecho de la “fiesta cívica”. Si lo nuevo se impone, será sólo máscara; debajo de ella, lo desfigurado de siempre. Si el cambio triunfa, tendrá, eso dictan las experiencias recientes, un impulso de reversa. Y si la continuidad resulta triunfadora, será sólo durante el periodo en que se acomodan en la silla, al cabo no obtendremos sino versiones degradadas de lo mismo. Porque, sí, todo puede ser peor. La apuesta a mejorar, en los albores de las campañas, no ha aparecido en el paisaje; hablamos de las propuestas, no de las personas que anhelan conseguir más votos que las demás. 

Aunque no todo es lo ya visto. En Jalisco asoma un fenómeno directamente relacionado con aquel ensayo de Cosío Villegas: el estilo personal de gobernar, en su versión: estilo personal de afirmar aquí estuve yo, no se les olvide, y cuidadito con meterse con la obra que con generosidad lego al bicentenario pueblo del Estado. Pero no hay que alarmarse, simplemente estamos ante la práctica de una tradición añeja: frente a la aporreada piñata llenita de premios dulces, el ambicioso, la ambiciosa en turno, con los ojos vendados, tiembla, aprieta los dientes y tira palazos sin concierto al escuchar el coro: un, dos, tres y tu tiempo se acabó, y nunca faltan quienes se siguen al cuatro, cinco y seis, hasta que una mamá osada, en aras de la justicia, entra a detener al codicioso, exponiéndose a recibir un palazo… (Por favor, abstenerse de continuar con la analogía y salir con que no pocos, apenas al terminar su turno, cuando se quitan la venda, ven lo lejos que estuvieron de atinar al objetivo).

El legado de un gobernante no suele ser el que él o ella postulan, sino lo que la realidad subsecuente impone en el imaginario, el de la gente y de la clase política, que pocas veces es habitado por similares relatos; por lo que empeñarse, aquel que gobierna, en contraponer su visión a la de los que buscan sucederlo, es estéril; y respecto a quien pretende gobernar desde la misma plataforma partidista, se convierte en contra campaña, porque así sea por lo nuevo, por el cambio o por la continuidad simulada, lo que está claro es que resulta poco atractivo, electoralmente, buscar al voto desde la idea de que lo previo merece ser recordado y honrado ad infinitum. En cambio, es el momento de hacer un balance de aquello que aqueja a la sociedad y más de las dolencias que dejan la impresión en los ciudadanos de no haber sido atendidas o que su intensidad ni siquiera fue compartida entre gobernantes y gobernados.

En suma, hay dos opciones para quien desde el poder público contempla el espectáculo electoral: voluntariamente comenzar a bajarse del pedestal, con discreción y la mayor dignidad posible, sabiendo que lo que consideró su obra irá desgajándose de a poco, o de a mucho, según, o quedarse en el arriba que sólo existe para ella o él y esperar a que la realidad remueva los cimientos del pedestal y ambos caigan estrepitosamente. Al final, el humor en el que estarán, en el caso de Jalisco, las y los electores el 2 de junio no será nomás uno; lo que sí es seguro es que nadie irá a las urnas con el ánimo de votar por el candidato que haya defendido lo hecho por el gobierno saliente. Aunque éste haya hecho cosas buenas.

agustino20@gmail.com

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