Neurosis auditiva
Siempre he sido bastante delicada para los ruidos y sonidos. Bueno, igual y no siempre. Pero de un tiempo acá, hay cosas que me molestan y no tolero. Llámele vejez viruela, síndrome de la sangronada o nomás pura intolerancia. No soporto planear una salida con amigos -que ya para ponerse uno de acuerdo con tremendas agendas que manejamos en esta apurada adultez es un reto-, y al llegar al coqueto lugar: no poder platicar. No sé quién me dijo que era una estrategia para que los comensales se sintieran incómodos y se fueran sin hacer tanta sobremesa. Cuando la sobremesa es -después de la botana-, el segundo mejor momento de la comida. Ya se me hizo la pastosa costumbre al llegar a cualquier sitio, conducirme con quien sea que se ponga de modo para pedirles, suplicarles bajar el volumen de la tan sofisticada y ultra moderna música.
La verdad últimamente, para ahorrarme la molestia que me genero y le genero al lugar, lo que he procurado hacer es quedarme en casa y disfrutar con los amigos en un espacio en el que podamos todos estar a gusto, así que, como diría Juan Gabriel, qué necesidad. Es decir, ir a un lugar o no, exponerse a factores que definitivamente uno no puede controlar, es una cuestión de elección y ahí cada quién que decida.
Pero hay ruidos que no podemos escoger, vivimos en una ciudad bastante contaminada en todos los sentidos, la explosión de telarañas de cables es visualmente agotadora, los horribles espectaculares que el Gobierno ha simulado clausurar para luego poner sus fotototas tamaño “no te olvidarás de mí” haciendo campañas, son brutales. Pero es que las barredoras o sopladoras de aire, querido lector, son las ganadoras a la insoportable exposición auditiva. Están por todos lados, se usan a cualquier hora, no hay respeto por el sueño de uno y considero que son unas armas feroces usadas todos los días. Vencen y con mucho, la batalla del día quitándonos la poca paz que procuramos cosechar al salir a caminar, correr, pasear.
Entiendo que el uso de la tecnología en favor del ser humano sea una cosa de celebrar, nomás no entiendo como si hay pistolas con silenciador, estas sopladoras de aire y de basura no lo tienen integrado. Qué bello era aquel sonido de las escobas de popotitos que cepillaban el suelo, qué lejano aquel tiempo donde no teníamos que huir no sólo del coraje que profesan al hacer su trabajo sino a la nube de polvo que empieza a flotar por encima.
Con este pequeño manifiesto y queja de las insoportables sopladoras de aire, no pretendo que se eliminen de la vida. Sería como luchar contra el machismo, o alguna de esas otras batallas inútiles. Tanto conocimiento desperdiciado caray…
Nomás, para concluir, seamos conscientes de lo que nosotros como individuos generamos respecto a la contaminación auditiva, por nuestro bien y por el de nuestros vecinos. Yo prometo trabajar en mi neurosis (auditiva).
argeliagf@informador.com.mx • @argelinapanyvina