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Nacimientos

El núcleo indispensable del nacimiento es, por supuesto, lo que tradicionalmente se llama “el Misterio”: la Virgen, el Niño y San José. Pero desde la iconografía más antigua se ven en compañía de la mula y el buey, personajes que también ocupan el centro del escenario y que con su vaho dan calor al Niño Dios (en muchos iconos bizantinos están más cerca del pesebre que María o José). Los incluyó ya el inventor de los nacimientos o belenes, Francisco de Asís, santo surrealista que habría merecido una película de Buñuel y que tanto quería a los animales (hasta al “hermano lobo”) y a todas las criaturas (hay una referencia al asno y el buey en Isaías, el más navideño de los profetas).  

Un nacimiento es una instalación que abraza el caos pero impone un orden misterioso; es un collage donde se vale cualquier cosa que apunte al pesebre. Todo sucede a un mismo tiempo y en un mismo lugar, en el momento que parte la historia:

El sol en un pesebre
volvió a ser niño,
es lo mismo el pesebre
que el infinito.

Las proporciones y las perspectivas las dicta la fantasía; el cielo está en la tierra y la tierra en el cielo... Los nacimientos son el territorio de los niños y de los animales y de la libertad absoluta, abigarrados y disparatados, donde las ranas tienen doble tamaño que los patos, las estrellas se posan en las ramas y los querubines por donde sea. Hay, por supuesto, un montón de borregos (de cualquier color imaginable) que los pastores cuidan cuando los ángeles les anuncian el nacimiento del Niño. También están las monturas de los Reyes Magos: un caballo, un camello y un elefante (suelen ser más chicos que los borregos). Un beduino va a Belén con una bailarina, y cada año llegan más figuras: junto al pastor o el angelito inmemorial aparece un hobbit, una princesa o un cochecito nuevo.

El nacimiento es terreno de poesía y profecía: “El mundo pequeñito se ha vuelto enorme / porque Dios ha nacido para los hombres”, escribe Pellicer* mientras dispone el cosmos navideño con su historia, su genealogía, su botánica y su zoología, en un afán de “recapitular todas las cosas... las de los cielos y las de la tierra”. Hay en el nacimiento un curioso aunque nada ajeno sentido escatológico de nuevos cielos y nueva tierra, donde “toda carne verá la salvación”, incluyendo la pastora manca y el burro azul.

Ángeles y pastores
me pongan a cantar,
porque he visto el oasis
bajo del palmeral
y si bebo una estrella
la noche me dará
corazón de diamante
y el amor que vendrá
realidad hará el sueño
con tanta realidad
que yo diré que es sueño
por no decir verdad.


Carlos Pellicer, fragmentos de Cosillas para el Nacimiento.

DR

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