Muerte y resurrección de San Gabriel: ¿En qué país estamos, Agripina?
La tragedia de San Gabriel no tiene nombre. O más bien tiene varios: crimen, corrupción, codicia, irresponsabilidad, estupidez. Aguacates.
San Gabriel es un pueblo esencial. Es el pueblo de Gonzalo Villa Chávez, de Salvador López Chávez, de Juan Rulfo (y por elección, que cuenta más), de Blas Galindo, de José Mojica… Además este pueblo tuvo la hombría de bien de sacudirse el espantoso y autoritario mote de “Venustiano Carranza” y refrendar su nombre legítimo. (Como San Sebastián del Sur tuvo también la hombría de sacudirse el más espantoso mote de “Gómez Farías” aunque algunos bobos no terminen de enterarse. Como Zapotlán el Grande logró también quitarse la losa de “Ciudad Guzmán”, primero para el municipio y pronto para el pueblo insigne de Juan José Arreola, José Clemente Orozco, Consuelo Velázquez y tantos otros. En fin.)
La tan conocida, nacionalmente, reciente tragedia de San Gabriel es gravísima. Todo por la codicia de los más que oscuros aguacateros, que ahora tienen asolada y desgobernada esa región y tantas otras. Lo que pasó es una interpelación directa para el gobernador Alfaro, para el alcalde y su cabildo, para el congreso del estado, para la secretaría de gobernación…una interpelación que están obligados a contestar, y a actuar en consecuencia.
No es un asunto simplemente ecológico. Es toda una problemática profunda de gobernanza territorial y social. La primera obligación de un gobierno es mantener el poder y cuidar su territorio. Esto no está sucediendo desde hace tiempo en Jalisco. Ningún funcionario debería poder dormir tranquilo mientras grupos de facinerosos, armados o no, organizados o no, funjan como señores de horca y cuchillo en amplias regiones del estado. El acontecimiento de San Gabriel, el aluvión de agua con troncos que criminalmente destruyó parte del pueblo hace unos días es una muestra más que patética de la ausencia de autoridad, escenificada casi en las afueras de un importante asentamiento, de un emblemático pueblo jalisciense. O qué: ¿nadie se había dado cuenta de que un grupo de energúmenos estaba criminalmente deforestando la sierra cercana? ¿No se actuó por flojera, miedo, complicidad, o qué otra razón podría haber? Alguien que lo explique, si no es mucho pedir.
Obviamente lo más grave es la pérdida de vidas humanas sucedida, y la pérdida también de los haberes de la gente, ahora echados a perder. Pero el territorio es sagrado. Hasta ahora no se sabe de ninguna autoridad que haya tomado medidas efectivas contra la incontenible invasión de los aguacatales en distintas latitudes de la entidad, perjudicando el equilibrio ambiental, destruyendo el paisaje y ahora asesinando personas.
Tampoco se sabe de nadie que haya siquiera evaluado lo que el imparable cultivo de las bayas (pochamente designadas ahora como “berris”) en invernadero está produciendo en términos ambientales y paisajísticos. Por lo pronto, buena parte de la ribera de la laguna de Chapala ha mutado su apariencia y luce como un gran tiradero de plásticos más o menos tóxicos para la vista y a lo mejor para la salud de los trabajadores que laboran bajo tal tiradero. El maravilloso valle de cañaverales de Santa Cruz del Cortijo y Tecalitlán, gracias al aguacate y los invernaderos está también en el proceso de ser echado a perder. Entre otros.
“¿En qué país estamos, Agripina?” Preguntaba Juan Rulfo. En el de la irresponsabilidad, tendríamos ahora que contestar. La impunidad, la dejadez, la corrupción y la codicia. En el de la fealdad rampante y la injusticia con los buenos vecinos de su pueblo, San Gabriel.
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