Mucho más que dos
Paco Morfín, nos vemos luego; gracias, por tanto.
Número de temporada, el que todo mundo procura, consciente o inconscientemente: el dos. Dicen, dos proyectos de nación. Ellos o nosotros, amenazan lo nosotros que dicen ellos, lo mismo hacen estos cuando hablan metidos en su nosotros. El pasado o el futuro dan a elegir unos y otros desde su presente en fuga instantánea, hacia atrás o hacia adelante, según. Ganadores y perdedores. El presidente con sus ideas, la sucesora con las suyas, parecen uno sólo, son dos, y cada vez será más evidente.
El dos como límite para la pluralidad política conviene a unos pocos, es dañino para el resto. John Fiske en el libro de 1994, Media matters, escribió: “Es cómodo y sin esfuerzo vivir en una formación social homogeneizada de la que se han limado todas las contradicciones y aristas abrasivas. Hay muchas razones, ninguna de ellas admirable, para no ampliar nuestra experiencia del mundo para incluir conocimientos, posiblemente incómodos y perturbadores, que provienen de las experiencias de otras formaciones sociales”. Fiske usa “formación social” un tanto en términos del marxismo: complejo de relaciones económicas, políticas e ideológicas que se entrelazan y adquieren su carácter particular.
Podemos ampliar las ventajas que Fiske atribuye a la homogenización que señala, considerándola como descripción de las formas políticas que en México nos han impuesto: es económicamente rentable y otorga poder público. Pero al cabo, el dos de moda no es sino actualización del milenario maniqueísmo: reducir la realidad a una contundente oposición entre el bien el mal; lo que en principio no luce mal, hay el bien y hay el mal, en eso podemos concordar, hasta que lo importante no es poder distinguir esas categorías, sino ser quien determine quién es lo uno o lo otro, lo que ha llevado a que también tengamos autoerigidos determinadores de la verdad (lo bueno) y la mentira (lo malo).
Las mujeres y los hombres que están adelante del dos, que son el tres, cuatro, cinco, etc., son homogenizados por los que han comprimido a la sociedad para que sea un reparto dual, mediante el mecanismo que describe Fiske: liman las contradicciones (percibidas por quien lima) y las aristas abrasivas (incómodas para el que homogeniza), para dejarlas y dejarlos contenidos en una esfera uniforme y suave para quien de lejos la manipula, ya sea que la llame pueblo, ciudadanía o nomás: la gente.
Pero bueno, esto no es sino la descripción de una parte exageradamente visibilizada de la sociedad. Ese exagerar de la clase política, de los medios de comunicación y de las redes sociales electrónicas lo único que consigue es constreñir el todo, de manera ficticia, a la disputa política y, cada tres años, a la político-electoral, hasta que la realidad patea el tinglado y el dos se eleva a la n potencia, y cuando unas y unos claman: ganamos la elección (la que sea), se refieren apenas a una porción que empequeñece ante la violencia de los criminales, frente a la escasez de agua; si ponemos ese triunfo que presentan como fin de todos lo problemas, entre las y los pobres luce casi ridículo. Por dejar una muestra reciente de que la realidad abarca a mucho más que dos: un diputado de Morena, incapaz de ver más allá de ese número, con el eco del grito ¡ganamos! retumbando en su ser partidista, con la certeza de que la homogenización en la que su mente es feliz, le permite mostrar el poder según lo concibe y declara: en septiembre se desharán de los contrapesos que la Constitución establece para el Poder Ejecutivo, lo que incluye disponer al Poder Judicial al juego en el que el todo es dos, ellos o nosotros. Los mercados financieros que no estaban invitados a la cena de dos del muy incompetente legislador se mostraron negativamente: el peso perdió valor y México quedó exhibido como una república en vías de sólo dar certeza legal a dos formaciones sociales: la que detenta el poder y la de quienes se lo quieren quitar.
Los resultados de las elecciones, particularmente la que llevará a Claudia Sheinbaum a la presidencia y la de Jalisco (con márgenes estrechos de victoria para Movimiento Ciudadano en Guadalajara y en la gubernatura) resultaron sorpresivos, no porque las encuestas “fallaran”, sino porque no quisimos ver lo que varias de ellas anunciaban a partir de recoger la intención de voto en distintos momentos de las campañas. Pero, ¿por qué tendríamos que haberles echo caso? Estábamos cómodos en la homogenización simplificadora, es decir: teníamos limadas las aristas que no coincidían con nuestros prejuicios, dicho brutalmente: sacamos del paisaje a millones que el 2 de junio salieron a votar para cuestionarnos: ¿no que nomás eran ustedes y sus prejuicios? Millones que son la realidad cruda que solemos desdeñar, que no cabe en nuestros análisis y lo peor para nosotros: que nada les importan esos análisis con sus categorías y sus criterios, con los recuentos históricos y prospectivas que les convienen, no a la realidad, a los analistas, del género que sean.
A lo mejor toca que, si es que aprendimos, del lado de acá del círculo del poder público nos extendamos una constancia de mayoría, informal, un metafórico extender la mano y decir: mucho gusto, a todas esas, a todos esos que se nos aparecieron inopinadamente y que, por lo visto, no conocíamos y peor: no sospechábamos que existieran. Resultó lo que ya nos había dicho Mario Benedetti, hace mucho: en la calle, y en el campo y las costas, en las montañas y las selvas y en los desiertos, codo a codo, somos mucho más que dos. ¿Habremos aprendido a incluir ese conocimiento, posiblemente incómodo y perturbador?
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