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Morelia, una tradición en riesgo

La primera y única vez que he ido al Estadio Morelos en Morelia fue el 19 de abril de 2003, en un duelo de la Jornada 15 del Torneo Clausura de ese año. Santos Laguna, entonces superlíder, perdió aquella condición tras ser vapuleado 4-0 por el cuadro local, gracias a sendos dobletes de Reinaldo Navia y Adolfo Bautista. Mi recuerdo inmediato, más allá de lo deportivo, fue la pasión y lealtad de su afición que esa tarde llenó el estadio e hizo pesar la localía.  

La posible mudanza de Monarcas Morelia a Mazatlán acabaría de tajo con un club tradicional e histórico del balompié mexicano, si bien no muy ganador, que logró acumular 29 años consecutivos de permanencia en la Primera División. El club generó arraigo en Michoacán con el apoyo de entusiastas empresarios locales como Nicandro Ortiz, dueño de una compañía de envases de plástico, quien compró al Morelia a mediados de la década de 1980, puso a Antonio “La Tota” Carbajal como entrenador y jugó cinco Liguillas consecutivas. Sin títulos, Ortiz y otros empresarios heredaron a la ciudad plantillas limitadas, pero entregadas, talentos locales como Mario “El Mudo” Juárez y extranjeros como los chilenos Juan Carlos Vera y Marco Antonio “El Fantasma” Figueroa, además de dos estadios: el Venustiano Carranza, inaugurado a mediados de los sesenta, y el Morelos, que abrió sus puertas al público en 1989.  

Tras una debacle económica y deportiva, Morelia pasó a finales de los noventa a manos de Ricardo Salinas Pliego, cuyo capital pareció estabilizar al equipo, heredándole un campeonato de Liga y el apelativo de Monarcas a quienes antes eran conocidos como los Ates o Canarios del Atlético Morelia. La labor de Tomás Boy (en sus dos primeras etapas en el club) dotó de protagonismo al equipo, además de futbolistas extranjeros de gran recuerdo como Ángel Comizzo, Jorge Almirón, Darío Franco, Claudinho o Alex Fernandes; y canteranos como Heriberto Ramón Morales, Mario Ruiz u Omar Trujillo. Ese proyecto culminó con la Liga del Invierno 2000, bajo el mando de Luis Fernando Tena, al vencer al Toluca en una emocionante Final definida por penales. 

Una versión posterior y exitosa del Morelia, dirigida por Rubén Omar Romano, se quedó cerca de otro título al perder dos finales consecutivas en 2002 y 2003, pero su estilo ofensivo dejó grata huella. A la base ya existente del equipo campeón del 2000, se añadieron nuevos extranjeros de gran nivel (Reinaldo Navia, Damián Álvarez), otros canteranos (Moisés Muñoz) y refuerzos nacionales que aportaron profundidad y talento (Javier Saavedra, José Antonio Noriega o Adolfo Bautista).

Llegaron años de mediocridad deportiva hasta el tercer regreso de Tomás Boy en 2009, quien devolvió la regularidad al cuadro purépecha y alcanzó otra Final en el Torneo Clausura 2011, misma que perdieron ante los Pumas tras vencer a Cruz Azul en Semifinales con aquel altercado en cancha provocado por un aficionado y que le costó a Jesús Corona no jugar la Copa Oro de ese año. Los protagonistas eran otros: Aldo Leao Ramírez, Adrián Aldrete, Miguel Sabah, Elías Hernández y Joao Rojas entregaron la última versión realmente competitiva de Monarcas. 

Después vinieron años de decadencia,  agravados por la compra de Grupo Salinas del Atlas, lo que convirtió a Morelia en un equipo de bajo costo proveedor de talento a su “hermano” tapatío. Esto llevó a Monarcas a luchar por no descender y mantener la categoría en el último minuto del Torneo Clausura 2017 con aquel gol del peruano Raúl Ruidíaz en el nuevo estadio de Monterrey, en detrimento de Jaguares, que descendió y desapareció del futbol mexicano.

Si finalmente Morelia se va a Mazatlán, sería un movimiento coherente desde la perspectiva empresarial de Grupo Salinas y de la Federación Mexicana de Futbol (FMF), y doloroso para una afición empeñada en resignificar propiedades privadas como patrimonios sentimentales, pero que sin esta apropiación simbólica, el futbol perdería la razón por la que es tan popular. 
 

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