Mirar al cielo
Ciertamente hay muchas formas de mirar al cielo y muchos los motivos por los cuales dirigimos la vista a las alturas.
Miramos las nubes, a veces algodones de plata y en ocasiones presagio de tormenta. Contemplamos el firmamento azul, los ocasos de fuego, la serenidad de los amaneceres y la tranquilidad de la tarde…
Muy hermoso es también contemplar la luna, que en su cíclico repite cada 28 días la evolución de su rostro.
Y hay quienes se dedican a observar sus fases, nos aseguran que la luna llena de julio es la más luminosa, aunque a veces las celosas nubes no nos permiten admirarla en todo su esplendor.
Unas personas saben conocer las señales que a través de los tiempos se van repitiendo cíclicamente para definir las estaciones y los fenómenos atmosféricos y pluviales que cada año se alternan con cierta regularidad.
Esto en verdad no es nada nuevo.
Ya los antiguos pobladores de nuestras tierras tenían esto muy bien calendarizado y sabían predecir con muy aproximada exactitud el comportamiento de la naturaleza, de tal forma que cada 52 años se completaba un ciclo que volvía a reanudarse nuevamente.
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Pero ciertamente hay otra forma de mirar al cielo que a menudo la confundimos con esa mirada al futuro que deseamos, esperamos y que no siempre sabemos encauzar, porque aquí sí que interviene con mucha potencia la libertad humana que sabe muy bien cómo darle vuelta a la página pre-escrita por el Creador.
Por eso vemos cómo nuestro pobre planeta sufre cambios climáticos, desórdenes en los acontecimientos naturales del mar, del aire y de la estratósfera, del clima y de las estaciones; e incluso en los eventos cíclicos de las personas y sobre todo en el avanzar de la historia por derroteros normales.
El caso es que todo en la naturaleza sigue obedientemente la norma establecida desde el inicio de los tiempos.
Tan sólo el ser humano, que goza de libertad, es el que se permite modificar a su antojo las pautas de sabiduría infinita con las cuales fueron destinadas a funcionar automáticamente.
La libertad humana debiera, en verdad, ser capaz de mirar al cielo con los ojos inmateriales que recibió también para percibir lo sobrenatural, y a través de los eventos naturales darse cuenta de que hay algo más grande, más sublime, algo capaz de llenar los espacios espirituales de todo el ser.
Todo esto que vivimos y experimentamos a diario en nuestro ser físico debiera ayudarnos a alzar la mirada a lo infinito y reconocer que aunque como humanos fuimos formados del polvo preexistente en el planetita en que nos tocó habitar, también se nos dio la posibilidad de llegar mucho más lejos y más alto como co-creadores de vida, no como destructores de lo existente.
Por eso, mientras nos empeñemos en centrar nuestra vida en lo material, lo económico, lo funcional y lo personal; o mientras cultivemos con violencia las ambiciones, la avaricia y el deseo de poder, el cielo se irá desdibujando cada vez más y lo veremos siempre más lejano e inalcanzable.
Este mes tenemos la oportunidad de mirar hacia lo alto y reflexionar en que no fuimos creados para hundirnos en el cieno, sino para elevarnos sobre las nubes y despertar con el espíritu en medio de la inmensidad del cielo.
Es pues, muy buen tiempo para pedir a Dios que nos bendiga y nos ayude a comprender que el verdadero camino de la humanidad no se arrastra por el polvo de la tierra, sino que tiene un destino superior en el cual Él mismo nos invita y nos espera para siempre.