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Migrantes, desplazados y apátridas

Cada minuto 31 personas son desplazadas, y cada 10 nace un niño apátrida en el mundo. Según la Agencia de la ONU para los refugiados (ACNUR), existen más de 68.5 millones de personas refugiadas o desplazadas (más de la mitad menores de 18 años) y 10 millones son apátridas. Estamos siendo testigos del mayor número de desplazamientos de los que se tiene constancia en la historia de la humanidad.

La Convención sobre el Estatuto de los Apátridas de Naciones Unidas (1954) se refiere a la condición de apátrida como “cualquier persona a la que ningún Estado considera destinataria de la aplicación de su legislación”. La Oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados ha liderado desde el año 2015 la campaña #YoPertenezco que busca terminar con los casos de apatridia. Sin embargo, uno de los retos más severos, según su director Filippo Grandi, es “una discriminación profundamente enquistada y una negación sistemática de sus derechos” y agrega que la apatridia afecta todos los aspectos de la vida, desde la libertad de movimiento hasta las oportunidades de desarrollo, acceso a servicios básicos, derechos fundamentales, libertad de circulación, hasta el derecho al voto.

Por muchos años para mí fue muy difícil decir que por 31 años fui apátrida. La nacionalidad es algo que todos damos por sentado, muy poco nos detenemos a pensar en el inmenso impacto que esto tiene en cada una de las facetas de nuestra vida. Mi condición de apátrida se debió a que a mis padres les quitaron la nacionalidad polaca al decidir no regresar a Polonia una vez que fueron liberados de los campos de concentración nazis. En Francia, donde nací, no se otorga la nacionalidad por nacimiento (sólo aplica ius sanguinis). Y en México, debido a las políticas migratorias restrictivas, aun llegando a los 10 meses de edad tuve que esperar 31 años para conseguir la carta de naturalización después de muchísimo esfuerzo. Aún hoy, siendo mexicano naturalizado, hay grandes limitaciones. Desafortunadamente, el mundo poco ha cambiado en este sentido y millones de personas padecen lo mismo y en muchas ocasiones en condiciones mucho más precarias.

Lejos de avanzar pareciera que el mundo se vuelve cada vez más reactivo a los extranjeros, por temor económico o porque creen que sus culturas cambiarán:  la resistencia a los migrantes y refugiados es cada vez mayor. El miedo gana amigos fácilmente.

Siria, con más de cinco millones de desplazados, encabeza las listas mundiales. América Latina es la última novedad en migraciones masivas. Los nicaragüenses se escapan del Gobierno de Daniel Ortega por cientos de miles. Naciones Unidas ha visto incrementarse “significativamente” el ingreso de nicaragüenses a Costa Rica, más de 250 mil familias están entrando allí desde el país vecino. Por la crisis de Venezuela, más de tres millones de venezolanos se han visto forzados a salir de su país. El Gobierno de Brasil ha enviado su Ejército a las fronteras para “mantener el orden”. Y el arribo de miles de refugiados venezolanos ha desatado las primeras protestas en Ecuador. Todo esto sin mencionar el desplazamiento por violencia en el triángulo norte centroamericano.

La magnitud del fenómeno es delicada. Los prolongados silencios sobre el tema en los medios de comunicación, la ineficacia de las acciones en una escala global y la ceguera generalizada de la población es vergonzosa. En este contexto, México no puede quedarse al margen de esta realidad que ya está presente en nuestro territorio y que crecerá rápidamente. 

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