Migración: una tragedia que no para
La migración forzada es un fenómeno planetario que tiene alcances regionales y cuya intensidad, aun cuando varía por periodos, se ha acelerado a ritmos inéditos en las últimas dos décadas. En efecto, datos de la Unión Europea indican que este año se registraron los dos trimestres más trágicos para las personas que usan la llamada “Ruta del Mediterráneo”.
En otras zonas, la guerra ha provocado desplazamientos de decenas de miles de personas; así en el caso más visible, en Ucrania a partir de la agresión rusa; pero también en otros países, como el caso de Etiopía, donde se estima que han fallecido 600 mil personas y que han sido desplazadas más de un millón como consecuencia de la guerra civil.
En el caso de la migración latinoamericana hacia los Estados Unidos de América, la crisis se ha prolongado ya por muchos años. Y en los últimos cinco, los casos de extorsiones, secuestros, y abusos cometidos en contra de personas migrantes, principalmente centroamericanas, y otras provenientes de Haití y Venezuela, se han agudizado hasta llegar a niveles que no se habrían imaginado al inicio del presente siglo.
Esta realidad no debe llevar al ocultamiento o invisibilización de la propia migración mexicana, pues las detenciones de personas que migran de manera irregular hacia los Estados Unidos de América también se han incrementado de manera muy importante en los últimos meses.
Migrar en situación irregular, en un mundo marcado por los tráficos ilícitos expone a las personas a una gran cantidad de riesgos: agresiones sexuales, trata de personas, extorsión y secuestro, son algunas de las más horrendas, pero también el reclutamiento forzado para trabajar para los cárteles criminales, y en los casos más extremos, la tortura, el asesinato y la exhumación de las víctimas en fosas clandestinas, como lo ha documentado Marcela Turatti en su reciente texto “San Fernando, última parada”.
Ante esta realidad, la respuesta institucional no solo ha sido insuficiente, sino, ante todo, equívoca. Por eso sorprende la posición del Ejecutivo Federal quien a cuestionamiento explícito ha contestado una vez más que no se requiere revisar la política migratoria del país, porque, en su percepción de la realidad, todo está avanzando de manera apropiada.
Nada más erróneo que ello. Los municipios de tránsito, y muchos de ellos ya de destino de miles de personas migrantes están desbordados en sus capacidades. No hay recursos para darles atención digna: albergue - aun cuando sea temporal o de paso-, alimentación, acceso a servicios mínimos de higiene y descanso digno; y, sobre todo, el cuidado apropiado de la niñez, la cual, independientemente de la condición migratoria de sus acompañantes, debe estar protegida bajo los mandatos, estándares y protocolos que se derivan de la Convención de los Derechos de la Niña y el Niño, y de la propia Constitución y leyes mexicanas.
De otro lado, la migración está acelerando y profundizando fenómenos como el abandono y desaparición de comunidades enteras; abandono de viviendas en zonas urbano-marginadas; y el desaprovechamiento, envejecimiento y deterioro de infraestructura social que ha costado millones de pesos al erario, y que se encuentra subutilizada o en franco abandono.
Esto no deja de ser una paradoja porque, en todo caso, los recursos de que se dispone, y los mecanismos que existen para su distribución y aplicación en lo local están fragmentados y no existe un proceso de conducción nacional que oriente la inversión social hacia una nueva lógica de garantía de derechos, que promueva procesos virtuosos de crecimiento económico y de desarrollo social.
La pauperización histórica que se ha vivido en Centroamérica y en varios países latinoamericanos; pero también la que se registra en varias regiones de nuestro país, hoy están haciendo crisis a la par de una expansiva ola de violencia, y de un deterioro institucional y democrático en nuestros países que están provocando cada vez más reacciones que apuestan por la criminalización de los procesos migratorios, y cuyas nefastas consecuencias las tenemos cotidianamente a la vista.