Mi pareja favorita
Todas las mañanas durante un par de años, mientras salía volando a hacer cuanta actividad hubiera planeado para la jornada, me cruzaba con una pareja de esas que al paso de tantos días de observarles de lejos, me inspiraron para empezar a imaginar su vida cotidiana. Esa práctica en especial -la de hacerme historias sobre el otro- creo que la he hecho desde niña. La perfeccioné cuando viví en un muy pequeño departamento que tenía un comodísimo balcón en el primer piso, en el que resguardada y con cierta intimidad de no estar a nivel de calle, pasaba tardes enteras sólo viendo a la gente ir y venir. Fijaba la mirada horas descifrando sus pasos, el por qué de su elección de zapatos, sus peinados o cortes de pelo, el suave y bello vaivén de los brazos que cuando se anda en calma se vuelve casi imperceptible, su manera de relacionarse con quienes les acompañaban, e incluso, intentaba por absurdo que parezca adivinar el pensamiento del que iba solo por ahí. Todos caminamos distinto, todos cuando esperamos la pasada del camión o a que salgan los hijos de la escuela tomamos una posición distinta al otro. Todos aunque vayamos al mismo lugar, lo hacemos como nos haya tomado la vida, o el día. Algunos lo hacen de manera vigorosa o casi ansiosa, otros van admirando el paisaje, otros van -y se les nota- con alguna preocupación o alguna pena a cuestas, pero muy pocos paran, respiran, ven hacia arriba y siguen. Todo esto es sólo una reflexión a partir de mi experiencia como observadora de transeúntes.
Pero volviendo a mi pareja favorita. Ella, una señora de unos sesenta y pico de años, preciosa, conservada en su esencia y en su edad con una belleza juvenil que todavía respondía seguramente a sus tiempos mozos: era más o menos fácil adivinar una foto suya con el cabello negrísimo, suelto, mirada serena y el mentón siempre un poco arriba. Justo el gesto que hace que una señora pueda ser o mostrarse elegantísima o pedantísima, no hay mucha más opción. Delgada, pero de una delgadez fina, como bien alimentada, chongo alto quizá sólo prendido de un broche, unas gafas oscuras glamorosísimas, diría yo a lo Jackie O’. Siempre un pasito delante de él. El, un hombre más o menos de la misma edad, siempre vestido en playeras con restos de pintura por lo que adiviné o imaginé muy pronto que pasaba sus días entre lienzos de gran formato en su taller aquí mismo, dentro del fraccionamiento. Siempre en pantalones cortos y unos tenis mediocres, ni tan buenos ni tan malos para caminar. Dignos de alguien que sabe qué es lo que realmente importa en la vida.
A mi pareja favorita les di la nacionalidad italiana. Según yo eran amantes por supuesto de la pasta rebosante de jitomates y habría podido asegurar, que pasaban juntos tardes enteras resguardados en casa escuchando una gran selección de música, descansando la vista frente al bosque entre aperitivos y queso parmesano importado. Según yo, hace muchos años habrían hecho su patrimonio exportando joyería y artesanías mexicanas, los aretes de ella siempre eran o muy folclóricos o muy clásicos. Los hijos habrían vuelto a la madre patria de sus padres y ellos, ya acostumbrados al tercer mundo, no habían podido concebir la vida fuera del sazón y frescura del pueblo mexicano.
Un día los dejé de ver. Un día habían pasado muchos otros sin que caminaran vigorosos juntos. Un día, sólo lo vi a él hacer trampa y hacer el recorrido más corto sin ella. Un día, me enteré que ella estaba enferma y me atreví a preguntarle a él por su compañera. Un día, ese día, sin ningún atisbo de acento italiano, me lo contó todo. Su mujer, quien tampoco era italiana sino mexicana, padecía la peor enfermedad de todas: la depresión. Un día, aquel mismo, me habló de todo lo que había yo erróneamente supuesto, pero atiné a su profesión, el sí era pintor. Pintar, me dijo, no sólo hace que pueda atender mejor las necesidades de ella, sino que hace que yo no me venga abajo. No sé si cambiaron de horario para caminar juntos o si hacen otras actividades así tan cotidianamente, lo que sí sé es que el arte junto con la atención adecuada, les va a cambiar la vida, se los deseo.
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