Mi música favorita
Me preguntó un amigo cuál era mi música favorita y le pareció muy extraño o cuando menos puso cara de extrañado cuando le respondí que en general la que más me agradaba eran los réquiems, los que incluso en la actualidad, desde la ekpirosis de la Iglesia, ya no cumplen una función litúrgica pero son de una belleza extraordinaria. Además, para escucharlos se requiere estar vivo, ya que sin esto último, pues no se escucha nada por bello que sea. Y la vida, de alguna forma, aunque reneguemos de ella o esperemos mucho más de ésta, sigue siendo una buena opción, ya que como dijera Maurice Baring los muertos tienen muy pocas probabilidades cuando han de competir con los vivos.
Entre las transformaciones en la enseñanza religiosa sobresalen los cambios en la clerecía, así, curas que conocí antes y que eran de una dureza, yo diría rudeza extraordinaria, con las modificaciones en los sistemas de enseñanza se convirtieron en curas buena onda y de la excesiva rigidez pasaron a las al polo contrario. En una ocasión me fui a confesar, creyendo -como fue- que ya había superado todas aquellas confesiones llenas de recriminaciones y largas penitencias, pues lo pasado al pasado y ante el renovado confesor le dije un pecado y me contestó que eso no era pecado, le dije otro y me volvió a decir que no era pecado. Para concluir con el asunto le dije: “Mira padre, yo sé cuáles son mis pecados y tú limítate a perdonarlos”, con lo que terminó la discusión esa vez.
Pero teníamos una fraternal y discutida concordia, él pertenecía a la Compañía de Jesús y no se quedaba con nada. Un día que inaugurábamos un nuevo bufete de abogados, le pedimos lo fuera a bendecir, pero le advertimos que tendría que asistir con vestimenta talar, cosa que él no usaba por costumbre, pero para mi sorpresa aceptó, lo que no era lo que se esperaba de él, ya que esperábamos una mentada de madre. El día fijado llegó impecable con traje de cura y alzacuello; pensamos que era un punto a nuestro favor, pero no contábamos con su innegable talento y antes de empezar, de forma muy solemne, nos dijo que habiendo consultado todos los libros y manuales de bendiciones posibles no había encontrado ninguna bendición para despacho de abogados y de las consultadas la más parecida era la bendición para un burdel, punto a su favor y con esa bendición se llevó a cabo la ceremonia.
Ya murió, pero antes de fallecer la hice prometer que si yo me moría primero, él se comprometía a no acercarse a un radio de un kilómetro a la redonda de donde estuviera mi cadáver, porque a mí me gustan las muertes en serio, de preferencia con luto y llanto, y para él debía ser un motivo de alegría, lo cual en mi opinión solo es cierto en el caso de aquellos que heredan algo, lo que en mi caso no se dará.
@enrigue_zuloaga