México, no renuncies a tu resentimiento
En la novela El simpatizante, de Viet Thanh Nguyen, un soldado vietnamita es confrontado constantemente con su origen contaminado, impuro. Primero, como hijo natural de un sacerdote francés y una mujer humilde de Vietnam del Sur, y luego como revolucionario marxista occidentalizado, educado en Estados Unidos.
Un euroasiático inadaptado. Un hombre que debe reclamar a Europa el abuso de su padre y vengar en nombre de su madre a todos los vietnamitas puros y a todos los hijos bastardos.
No trata de eso la novela, o no sólo de eso, pero ahí me detengo a reflexionar sobre el presente mexicano y la necesidad de elegir un bando para limpiar la inocencia mancillada de las víctimas que, de acuerdo con el discurso del poder, perviven durante siglos porque están en nosotros, somos todos los bastardos, todos los hijos de este México impuro.
Los camaradas del teniente vietnamita optan por reeducarlo y en un diálogo que reproduce la insensatez del poder educador, le recomiendan gratitud. Le van a extraer las manchas mentales porque no ha entendido que, como hijo impuro, su talento para entender dos mundos es un estorbo. “Todo le iría mejor si viera las cosas desde un solo lado. La única cura de un bastardo es elegir bando”, le dice el comandante benévolo que busca redimirlo en un cuarto de aislamiento. Y elegir bando es condenar a una parte de sí mismo, pero condenar a una parte de sí mismo es aceptar que hay una historia que aunque es verdadera no vale, es la mala, la del lado siniestro del color de su piel, de su estatura.
El Presidente de México ha vuelto a traer ese sentimiento, inoculado por los gobiernos nacionalistas del siglo 20
¿Tiene razón el comandante? ¿Debe odiar y eliminar el teniente su lado occidental porque este proviene de una pecaminosa relación? ¿Es esa contaminación la que le impide ser un revolucionario completo, un vietnamita de verdad? El teniente se niega a creerlo y se aferra a la idea que de niño le cinceló su madre en el corazón: “tú no eres la mitad de nada, eres el doble de todo.”
El sacerdote francés ya no existe. La madre ha muerto. Lo que hay es un teniente con una identidad desdibujada, aprovechada por un tercero que le exige fortalecer su rencor. “No hay que renunciar al resentimiento”, se lee en otra parte de la novela. Le es útil al poder.
En estos días, el Presidente de México ha vuelto a traer ese sentimiento, inoculado por los gobiernos nacionalistas del siglo 20 en los libros de texto simplistas que educaron a muchas generaciones de mexicanos. Según esa historia, los españoles son nuestro pasado perverso, nuestro lado siniestro, el que tenemos que negar o despreciar. Nuestro presente es sólo la mitad y esa mitad inocente, usada en el discurso del poder, alimenta el resentimiento. ¿Pero para qué lo alimenta? Para reforzar en los mexicanos la idea de los enemigos. ¿Y para qué sirve eso? Para que se acepte cada vez con mayor facilidad que frente a ellos hay un redentor.