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México-Estados Unidos, elevar la mira

La historia de las relaciones entre México y Estados Unidos es intensa, profunda, única. En los primeros cien años de la relación bilateral hemos sostenido guerras, perdido territorio, intervenciones militares, revoluciones inducidas, golpes de estado discutidos en las embajadas, de todo, siempre con una realidad impuesta por la asimetría militar y económica. En el siglo XX la relación se intensificó en muchos sentidos hasta llegar a conformar una alianza comercial que ha convertido a México en el segundo socio comercial de Estados Unidos, que provocó la apertura, el crecimiento y la transformación de la economía mexicana en un complejo tejido interdependiente del comercio con Norteamérica. 

La población fue matizando el sentimiento antiestadounidense de las generaciones de la primera mitad del siglo XX hacia una visión pragmática, tendiente a aprovechar las oportunidades que brinda la vecindad. Sin embrago, la relación siempre ha oscilado entre la visión de socios y el conflicto. La evolución ha sido siempre compleja y representa para México un tema estratégico. 

Los intentos de plantear una visión de asociación estratégica vienen desde la época del Presidente Kennedy con la Alianza para el Progreso y pasan por la suscripción del Tratado de Libre Comercio. A partir de la década de los 80 del siglo pasado los temas de seguridad y migración comenzaron a tomar cada vez más importancia, al grado que hoy conforman parte de los ejes fundamentales de las relaciones oficiales. Ahora la diplomacia mexicana, luego de pasar por los complejos episodios de la administración Trump, ha propuesto que la relación pase a ser una alianza basada en una visión más amplia que deje de lado la relación construida con base de temas puntuales de coyuntura para establecer un modelo idealmente más igualitario.

Para lograr un objetivo tan ambicioso será preciso establecer con claridad cuáles son los intereses compartidos y establecer la forma de emprender acciones conjuntas para obtener resultados tangibles. Los intereses compartidos parecen claros: la seguridad para proteger a la población de ambas naciones, en manejo correcto de la migración, el control de las comunicaciones y la tecnología de las amenazas de China, y el crecimiento y profundización de la relación económica.

Las divergencias en estos puntos son sustantivas y representan desafíos puntuales: Mientras que la protección de la población es vista por nuestros vecinos muchas veces con criterio policial, México lo considera con un sentido mucho más enfocado al desarrollo social. Más que atrapar capos se trata de desmontar un entramado delincuencial que trafica drogas, armas y personas. En el manejo de la migración también hay visiones distintas: control con la ley, el orden a rajatabla y combate a las causas sociales que generan los desplazamientos masivos. En el control tecnológico están implicadas también cuestiones relacionadas con las inversiones y desarrollo de las telecomunicaciones en donde los chinos juegan un papel importante. Mientras que en el crecimiento económico las divergencias están centradas en el manejo de las regulaciones en materia energética, ecológica y financiera. 

A lo largo de las últimas décadas la diplomacia mexicana ha desarrollado habilidades para sortear todo tipo de episodios disonantes. Ahora se encamina a procesar una nueva etapa con una administración Biden un tanto debilitada por el fragor político interno que requiere acciones exitosas en materia migratoria y de seguridad para fortalecerse. La clave para navegar en las aguas revueltas de la agitación política es colocar la visión más allá de la coyuntura, para asumir, de verdad, compromisos de largo plazo. Apelar a esa Visión de Estado implica elevar la mira que permita ver oportunidades en el desarrollo de regiones y actividades estratégicas que permitan mejorar las condiciones de vida de quienes más necesitan. La posición impulsada por México en el último encuentro enfocado a la seguridad resulta esperanzadora, en medio de la tradicional desconfianza que oscila entre asumirnos como aliados, socios y amigos, o aquellos vecinos distantes que negocian en conflicto. Luego de los episodios disonantes de la administración Trump, se trata de elevar la mira para negociar un trato de verdaderos socios.

luisernestosalomon@gmail.com

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