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Mentalidad de un delincuente

En la historia de la criminalística, es un objetivo descifrar el tipo de pensamiento que tiene una persona que fácilmente quebranta las normas de convivencia. Y efectivamente, se sabe que, en el fondo, son personas que tienen una gran impulsividad y que no se tientan el corazón, ni poseen empatía alguna, para hacerle daño a otras personas, pensando que son inmunes a las consecuencias. Y si las hay, no les temen ni les importa sufrirlas.

Fácilmente pueden justificar sus actos e incluso sentirse apoyados por sus colegas o cómplices, pues llegan a tener una enorme lealtad a la organización a la que pertenecen. Suelen tener una historia de marginación y dolor de muchos tipos, especialmente en su propia familia o en el barrio donde han crecido. Además, han encontrado en la ilegalidad una manera de hacer dinero fácil y rápido, sin importar el costo ni las consecuencias.

Sienten un desprecio especial por las leyes y el orden público y llegan a tener muy claro que las normas y las leyes son hechas para ser violadas. Tienen a flor de piel el uso de la violencia para obtener lo que quieren y no se detienen para conseguirlo. Es una mentalidad bastante esparcida por el mundo, y aunque no todos los delincuentes o miembros del crimen organizado piensan igual, al menos son los patrones que los pueden identificar de alguna manera. El poder del dinero y un creciente aprecio por las cosas y los beneficios del materialismo acaban siendo un motor muy importante para escalar posiciones al margen de la ley.

Ya han probado un contexto de vida tortuoso y miserable, por lo que ya nada los espanta ni les impide incursionar en nuevas aventuras que les generen ganancias económicas y emocionales, que se pueden comprar con el dinero y el poder. Las oportunidades están siempre frente a sus narices y, toda vez que quieran algo, lo van a conseguir sin detenerse por ningún motivo.

Algunos sí pueden llegar a tener una personalidad psicopática o simplemente son incapaces de sentir algo de culpa cuando le hacen daño a otra persona o no se sienten mal por robar o despojar a otros de sus bienes. Como han crecido en contextos en donde han sido unos “don nadie”, cuando adquieren una cierta capacidad de poseer riquezas y poder, se sienten admirados y reconocidos por sus acciones, lo que eleva su autoestima y alimenta su amor propio para seguir adelante con sus actividades. Pues confirman que no pasa nada y que, en su visión, es con el dinero y la violencia como pueden conseguir lo que se les antoje. Ya no importa el medio, sino que es el fin lo que justifica cómo se consiguen las cosas.

Pueden amenazar, sobornar y aplicar todo tipo de coerciones a quien sea, pues saben generar el miedo suficiente en sus víctimas para conseguir lo que quieren. El dinero otorga un cierto nivel de poder e influencia, pero acaba por no ser ni lo único ni lo más importante, porque hay muchos otros valores, que por su condición no suelen ver, como la cultura y la ética.

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