Ideas

Memo y Juan

En memoria de Héctor Zabala Ontiveros, entrañable amigo.

-Compañero, pues ¿‘onde anda?... Al mundo se lo está cargando la huesuda y de usted ni la sombra. Imagínese que fuese mi médico de cabecera. Ya me hubiera petateado —reclama Memo.

—No exagere… Tuve que ir a Estados Unidos, pero ya estoy aquí —contesta Juan.

—¿Fue a llevar dolaritos? —Memo interroga con una sonrisita irónica.

—No, fui a un asunto de salud… Ya ve cómo andan aquí las cosas —ilustra Juan—… Como tengo green card y parte de mi familia vive en California, pues me di una vueltecita por allá.

—¿Y cómo vio la elección con los gringos? Seguramente sus familiares votaron por Kamala —pregunta Memo.

—Sí, ellos son demócratas… Pero ya sabe usted que, independientemente de quién gobierne con los vecinos, a nosotros nos va igual —apunta Juan.

—Es que no hemos aprendido a entendernos con la nación más poderosa del planeta. En lugar de aprovechar su vecindad, nos la vivimos como malcasados, nomás peleando —dice Memo y agrega—: ¿Cómo se ve México desde allá?

—Es pronto para dar una opinión seria, pero después del martes cinco, las cosas no parecen fáciles para la presidenta —comenta Juan—; solo te recuerdo las palabras de Trump hace algunos años, en relación con el tema migratorio.

—Recuérdame —pide Memo.

—“Nunca he visto a nadie doblarse así”, dijo Trump con sarcasmo, refiriéndose al mesías tropical. Imagínate ahora, empoderado, con el control del Senado y de la Cámara de diputados, amenazando con incrementar los aranceles a nuestras exportaciones, perseguir a los narcos en nuestro territorio, bloquear el flujo migratorio y pa’ acabarla, misógino.

—¡Dios nos agarre confesados! —exclama Memo.

—No, pues con razón la señora presidenta anda con la cara dura, parece que se tragó un palo. Además, poco favor le hace la cercanía con lo peor de la política de antes y de ahora: El desvergonzado de Saldívar, Monreal que es un ejemplo de “lealtades”, y el tal Noroña, que se la vive ofendiendo a todo mundo. Mejor allí le paramos.

—Sí —asiente Juan—… hablemos de cosas más agradables.

—Oye, te prometo no volver a tocar el tema —añade Memo—, pero no me aguanto. ¿Te imaginas al Peje? Porque ya es nuevamente el Peje, dando vueltas en su guarida, por cierto, resguardada por un cuartel y con hospital propio, o en los sótanos de Palacio Nacional, como dicen sus malquerientes, pidiendo informes, llamando a los funcionarios, mandando recados con Andy y hasta con el conde Drácula. Debe ser terrible estar alejado de los medios de comunicación, cuando estos fueron su espacio natural los últimos veinticuatro años.

—Ya párale —comenta Juan—, parece que traes consigna.

—Para nada —responde Memo—. Solo imagino la soledad y la angustia a las que lo conducirá la falta de presencia pública. Porque de que tiene poder, lo tiene. ¿Por cuánto tiempo? No lo sabemos, pero de que debe estar chupándose su diazepam tres veces al día, ni duda.

—¡Cállate, mala entraña! —dice Juan despidiéndose.

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