Matar a un bebé de hambre…
Jalisco es una tierra hermosa. Si hacemos a un lado los feminicidios, las tormentas que convierten en lagos las principales avenidas, los cinco asesinatos diarios en promedio, el hecho de que es la sede de una de las organizaciones delictivas más poderosas y temibles del mundo y que está llena de autoridades indolentes y más interesadas en TikTok, Facebook, Instagram y Twitter que en gobernar y legislar, la verdad es que sí estamos a toda madre.
Acá hay un sinnúmero de cosas buenas. Nos jactamos de una gastronomía soberbia, unos paisajes bellísimos, gente cálida y hasta la bebida destilada más querida a escala global. Pero también hay una gran cantidad de hechos horribles que se han registrado en los 125 municipios que conforman a esta tierra del tequila y el mariachi, y matar a un bebé de hambre sin duda está entre los peores que han ocurrido.
La Fiscalía Estatal los identificó como Elio Omar P y Verónica M. La autoridad hizo públicos sus actos el 7 de septiembre de este año, aunque el horrible crimen que cometieron sucedió en 2017. Específicamente, entre el 27 de noviembre y el 21 de diciembre.
Durante esos 25 días, una bebé nació y murió de inanición. Sin alimento y sin agua, la niña pereció en el abandono adentro de una casa de la calle Gabino Barreda, en la Colonia Las Conchas, en Guadalajara: el municipio estrella de Jalisco.
Intoxicados de alcohol y drogas, los padres de la niña se olvidaron que ella existía. Según la investigación oficial, desde que nació “no le dieron los insumos mínimos necesarios para vivir, y lejos por preocuparse de las necesidades de la menor, conseguían dosis de droga para ambos, por lo que la menor falleció por falta de atención”.
Por falta de atención, una bebé que ni siquiera tenía nombre murió con el estómago vacío en la segunda ciudad de mayor importancia económica en el país. Elio y Verónica ya han sido declarados parricidas por el aparato de justicia estatal y, por priorizar las drogas a una bebé recién nacida, pasarán 16 años y ocho meses en la cárcel.
Esta es una historia horrible. Muestra la descomposición social que no sólo ha causado la brutal y multimillonaria industria de las drogas, sino una legislación moralina que prefiere ver a los adictos como delincuentes que como enfermos y deja sólo en manos de ellos los daños colaterales que ocasiona su adicción.
Sí: Elio y Verónica son unos parricidas y ellos cargarán con ese estigma lo que resta de su vida. Pero las instituciones que se han creado para dotar de oportunidades a todas y todos han fracasado. El sistema que se ha construido y perpetuado está diseñado para que unos puedan darse el lujo de frenar el tráfico en el Puente Matute Remus y presumirse como reyes, y otros mueran en el abandono sin siquiera haber cumplido un mes en este plano.
La pena de esa pareja parricida no queda ahí. El Estado les ha impuesto una ridícula sanción por 377 mil 450 pesos para reparar el daño a otro hijo que tienen y que, por el mismo problema de adicción a las drogas que tienen, hoy pasa sus días bajo los cuidados de un albergue.
Elio y Verónica hoy cumplen la pena por una muerte que no debió ocurrir. Pero la omisión no es sólo de ellos, sino de un Estado que ha posado para hacernos creer que sí hay oportunidades para todos, cuando el sistema que juran que van a cambiar cada tres o seis años está cimentado en un plan para los ciudadanos que merecen atención y los que pueden y van a desecharse.