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“Mataindigentes”, reloaded

La Fiscalía no quiere llamarlo aún asesino serial, pero grazna como pato, camina como pato y tiene pico de pato. Alguien en las calles de Guadalajara está matando indigentes de manera artera y cruel: dejándoles caer una piedra en la cabeza. Van cinco casos con el mismo modus operandi, en una zona más o menos delimitada del Centro de la ciudad, todos entre la noche y la madrugada y en un lapso de ocho días.

No es el primer caso de un “mataindigentes” en Guadalajara. En 1989 hubo otro asesino serial que mató al menos a nueve indigentes y le achacaron otros asesinatos que no estaba tan claro que fuera él. De hecho, al que metieron a la cárcel acusado de ser el “mataindigentes” solo aceptó haber matado a una persona: a su novio.

Matar indigentes es más que un asesinato. Detrás de estos crímenes hay un desprecio a quien no es como él. Se trata de una “limpia” en el sentido más fascista del término

El “mataindigentes” del 89 mataba con una sola bala en la cabeza y dejaba como testigo, como firma del asesinato, el casquillo de un arma poco común en estos lares: una Beretta calibre 7.65 de origen italiano. Hizo todo para que lo pescaran, incluso matar a su sexta víctima a plena luz del día. De ahí se supo que el asesino manejaba un Volkswagen sedán, que en aquellos tiempos era un dato tan valioso como decir que alguien le iba a las Chivas: uno de cada cinco autos en la ciudad era un “vocho”. El asesino serial aumentó la frecuencia. Comenzó a matar el 27 de enero y antes de terminar marzo ya llevaba ocho, los últimos dos en un lapso de 48 horas. La polvareda se levantó cuando se supo que uno de los indigentes asesinados era nada menos que Vicente Hernández, apodado “El Raffles mexicano”, un famoso ladrón de cuello blanco dedicado a la alta estafa y que recién había salido de la cárcel tras cumplir su pena y dormía en la calle. (EL INFORMADOR 30 de marzo de 1989). Ante la presión de los medios la Procuraduría detuvo a un hombre en un Volkswagen que había asesinado a su pareja; le cargó todos los muertos. Haiga sido como haiga sido, diría el clásico, se acabaron los asesinatos de indigentes en las calles.

Hoy, casi 30 años después, volvemos a enfrentarnos a lo mismo. Matar indigentes es más que un asesinato. Detrás de estos crímenes hay un desprecio a quien no es como él. Se trata de una “limpia” en el sentido más fascista del término. Dejarles caer una piedra en la cabeza demuestra un odio profundo y hacerlo mientras están dormidos una gran cobardía. Aumentar la vigilancia y llevar a los indigentes a albergues son respuestas positivas por parte de las autoridades, pero mientras no detengan al asesino lo demás son paliativos.

(diego.petersen@informador.com.mx)

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