Marcha de AMLO y contradicciones de la 4T
Parece que el debate sobre las marchas de este mes, la de la oposición bajo la bandera de la defensa del Instituto Nacional Electoral (INE) el 13 de noviembre y la respuesta convocada por el Gobierno de la Cuarta Transformación (4T) el 27 de noviembre se reduce al simple y estéril debate de quién moviliza más o quién acarrea más, cuando un análisis más profundo encontraría que todas las estructuras y maquinarias políticas que llamamos partidos se movilizan en un eje que va de la convicción a la coacción, dependiendo del momento histórico de su constitución y de su ejercicio del poder.
Por más vicios políticos que se le achaquen, es difícil negar que la marcha encabezada por Andrés Manuel López Obrador (AMLO) el domingo 27 de noviembre (27N) superó en cantidad a la manifestación convocada por la coalición opositora bajo la bandera el #ElINEnosetoca. Para la oposición al actual Gobierno fue un acto masivo de acarreo en el que se invirtieron millones de pesos para movilizar en transporte, dar alimento y pagar a los asistentes. Para quienes respaldan a la 4T, la marcha del pasado 27N pasa a la historia como la manifestación más grande de su movimiento. ¿Quién tiene la razón?
Probablemente ambos. Por un lado, la oposición se estaría mintiendo así misma si no reconoce que la del 27N es la más numerosa de la historia reciente del país, y que incluso supera a las que López Obrador encabezó en 2006 contra el fraude electoral y las convocadas contra el desafuero que promovía el presidente Vicente Fox en 2004.
Ninguna manifestación de esas magnitudes puede escapar al dilema de la movilización de sus bases, el punto es si impera más la coacción que la convicción. Por los testimonios que he leído y escuchado, por la crónicas y declaraciones recogidas, se puede afirmar que la mayoría fue por convicción, y seguramente algunos fueron coaccionados. Si la oposición se convence así misma que la del 27N fue una manifestación de acarreados, se estarán dando un balazo en el pie al no reconocer la base popular y la fuerza política que mostró el obradorismo el 27N.
Y la oposición es cínica al cuestionar el uso del acarreo coaccionado como forma de movilización de sus bases partidarias. Recuerdo los masivos acarreos con los que los sectores priistas llenaron los cierres electorales del priista Carlos Salinas de Gortari en 1988. El PAN no puede decirse ajeno a estas prácticas. Quizá el más sonado es el mitin de cierre de campaña de Felipe Calderón a fines de junio de 2006, cuando se llenó el Estadio Azteca, con visible mayoría de acarreados que, cansados y asoleados, ya no aguantaron quedarse al discurso final del candidato panista.
Todos los partidos acarrean (coaccionan) y Morena lo hace y lo hará en mayor medida frente a los movilizados por convencimiento, conforme alargue su estancia en el poder y entre a un proceso donde impere más el incentivo de quedarse en el poder que la ética de ser congruentes con los principios políticos.
En este contexto de una manifestación con sabor a victoria, López Obrador aprovechó para lanzar su ideario político, que definió como el “humanismo mexicano”. La propuesta teórica, como la definió AMLO, de “humanismo mexicano”, es el nuevo ropaje ideológico del viejo Estado capitalista mexicano, tal como antes lo fueron el liberalismo social propuesto por sin éxito por Carlos Salinas, el llamado nacionalismo revolucionario del viejo PRI, y en su momento el humanismo conservador panista. Son clasificaciones ideológicas que no se han sostenido con el tiempo. Veremos si lo logra la propuesta del “humanismo mexicano”.
Por lo pronto, se muestran sus contradicciones, como la aseveración presidencial de que “se ha dado atención especial a los pueblos indígenas de México”, afirmación que es refutada desde los pueblos mayas que se oponen al megaproyecto del tren, pueblos indígenas de Oaxaca que resisten el corredor interoceánico, o los pueblos agrupados en el Congreso Nacional Indígena.
Si bien la mayoría de sus seguidores está satisfecho con el desempeño presidencial, no se puede ignorar a franjas de la sociedad que no sólo están insatisfechas, sino irritadas con el Gobierno de la 4T. Pero esto es normal en los sistemas que llamamos democracias liberales, especialmente en los países periféricos, como México, que apenas tienen una tarta de la economía mundial y por lo tanto cuentan con recursos insuficientes para satisfacer todas las demandas sociales.
Al final no debemos perder de vista el central de esta discusión: la marcha del 27N que legitimó más a AMLO entre sus bases forma parte de los repertorios de acción de estos aparatos o maquinarias políticas que sirven para acceder al poder público de un Estado que está al servicio de la acumulación de capital. Como aseveran Peter J. Taylor y Colin Flint: “La democracia liberal es mucho más que una marca de partido o un tipo de política; es un tipo de Estado” (Geografía política. Economía-mundo, Estado-nación y localidad, Trama editorial). Un estado capitalista encargado de legitimar el proceso de acumulación ampliada de capital.
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