Marcelo: la tardía renuncia
El que mucho se despide es que no se puede ir. Marcelo Ebrard está a punto de perder el tren, ya no digamos de la candidatura de Morena, sino de la eventualidad de convertirse en factor de la elección en 2024.
De ahí los reclamos del canciller a Claudia Sheinbaum, a la que lanza indirectas para que ya renuncie a la Jefatura de Gobierno. El lunes -nada nuevo- el titular de la SRE insistió en que todas las “corcholatas” deben dejar al cargo si han de competir por la candidatura oficial.
Sheinbaum, por supuesto, da el avión al encargado de la diplomacia mexicana.
Marcelo quiere que el oficialismo organice un último sprint porque siente que así podría demostrar que es mejor pieza como aspirante a la Presidencia. Y la única manera de que tal oportunidad suceda pasa por la renuncia de las dos “corcholatas” que realmente cuentan.
O Ebrard renuncia ya y se dice listo para participar en la encuesta -lo que no cancela su defección si no fuera él el destapado-, o sigue perdiendo el tiempo hasta que la designación de la jefa de Gobierno sea tan natural, e irremontable, que su negativa a aceptar el dedazo sea vista como berrinche.
Claudia en cambio sabe que renunciar al cargo como propone el canciller es una muy mala idea para sus aspiraciones: no necesita hacer eso prematuramente, y salir del palacio del Ayuntamiento la dejaría en el peor de los mundos.
Porque lo que Marcelo pretende con eso de la renuncia de las “corcholatas” es, primero, que ya sólo queden en la palestra él y la doctora, pues el titular de Gobernación no dejaría su cargo (entendible), y los legisladores que han sido mencionados como actores de reparto no cuentan.
Entonces, Ebrard quiere a una Claudia sin el arropamiento de la Jefatura de Gobierno para un tête-à-tête con ella en supuesta igualdad.
El canciller sabe que si ambos dejan sus cargos, Sheinbaum no tendrá más el presupuesto de comunicación social de la Ciudad de México para difundir sus obras, sus políticas, su agenda, sus giras… en dos palabras: su persona.
Ese es el piso parejo que lleva meses Ebrard regurgitando con frustración cuando demanda que la sucesión sea con equidad.
El ex jefe de Gobierno quiere que ni él ni Claudia tengan chamba para, además, evidenciar que hay una cargada a favor de la gobernante de la capital, que hoy hace giras desde la comodidad del puesto, y que sus apoyos serían más evidentes, flagrantes, si ella ya hubiera salido del Gobierno.
Y el canciller pretende, por supuesto, que la ciudadanía contraste las capacidades discursivas y de interlocución de ambos a partir de sus nombres y apellidos y no sus membretes. Medirse sin la plataforma, sin el título. Uno o varios debates en los medios serían el sueño de Marcelo.
Por eso quiere Marcelo que ella renuncie. Para vérselas en descampado, para que no le echen la lámina, para que se queden a solas frente a las cámaras y los micrófonos.
Se cree el mejor preparado y quiere demostrarlo. A la jefa ese escenario no le amilana y menos le aterra. Pero no tiene necesidad. Porque encima el timing le favorece: para ella viene el tiempo de echar cohetes (entregar obras), ¿para qué habría de renunciar a su suerte?
A Marcelo se le está acabando el tiempo, y salvo que el lunes anuncie que se va del gabinete a jugarse el todo por el todo, lo único que tiene enfrente es un callejón sin salida, la frustrante realidad de que no pudo.