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Maradona y el ojo del huracán

“Era una situación rara: River, con toda la plata y sin mis ganas; Boca, sin un mango y con toda mi pasión”. Así recuerda Diego Armando Maradona las circunstancias en que dio su pase de Argentinos Juniors a Boca en 1981.

Era el inicio de una carrera que iba a estar guiada por razonamientos como ése, incomprensibles para la mayoría de las personas, pero evidentes para uno de los futbolistas más brillantes y polémicos de la historia, que ahora dirigirá a los Dorados de Sinaloa en el Ascenso MX.

Los insultos de los seguidores de River durante un partido acabaron con las dudas y Diego brilló en Boca para después dar el salto a Barcelona en 1982. La sofisticada Ciudad Condal no era el ambiente ideal para una personalidad telúrica como la del Pibe, que hizo girar de nuevo la ruleta de su pasión para encontrar un destino aún más inesperado.

Si Barcelona parece estar siempre pensando en el futuro, o en otros presentes posibles, Nápoles es real como una bofetada. Su arquitectura barroca dilapidada es un recordatorio de que nada dura, todo se desgasta, incluyendo la moralidad humana. No es casualidad que sea una de las capitales de la mafia en Italia.

Nápoles, presidida por el Vesuvio, emana una fuerza volcánica compatible con la de Maradona. Ahí el “Pibe de Oro” iba a cumplir su más grande proeza deportiva, sólo superada por el campeonato del mundo de 1986. También ahí iba a iniciar un proceso de decadencia incandescente que parece prolongarse hasta el día de hoy.

El talento de Maradona elevó al humilde Nápoles, que logró sus únicos campeonatos en 1987 y 1990. El argentino se identificó con la lucha de su equipo contra los poderosos equipos del Norte de Italia, como el Milan, el Inter y la Juventus.

Aunque “El Diez” asegura que nunca le pidió nada a la Camorra napolitana, una fotografía que lo muestra con miembros de un famoso clan mafioso dentro de una tina de baño dorada en forma de concha retrata bien la atmósfera desenfrenada en la que el Pibe vivió su apogeo futbolístico a nivel de clubes.

Ningún capítulo en la historia de Maradona parece poder cerrarse de manera apacible (algo que la afición mexicana debe tener en mente), y el idilio napolitano no fue la excepción. En abril de 1991 el Pibe fue suspendido por 15 meses por consumir cocaína antes de un partido entre el Nápoles y el Bari. Maradona se enfureció por lo que consideraba una trampa. Aunque admite que consumía droga, cree que la sanción fue una venganza porque su Argentina eliminó a Italia en el Mundial de 1990.

Sin pasión no hay Maradona, y los deseos del Pibe por continuar en Nápoles se desvanecieron. “Si me quedo seré un cadáver futbolístico”, dijo antes de irse, esta vez con dirección a Sevilla.

Su trayectoria continuó, cada vez con menos claros que oscuros (y otra suspensión por positivo en una prueba antidopaje, esta vez en el Mundial 1994), hasta que llegó el momento de irse de las canchas. Su carrera como entrenador se ha desarrollado en esa medianía que nunca conoció como futbolista.

Llegando a Sinaloa, de alguna manera Maradona vuelve a sus orígenes, al país donde fue campeón del mundo, pero sobre todo a la única zona donde parece vivir cómodo, su verdadera patria: el ojo del huracán.

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