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Males periódicos

Como suele suceder, el tiempo de lluvias produce en Guadalajara un extraño y errático modo de conducir; pareciera un tango por ese andar de un lado al otro de las calles, pero lamentablemente no se trata de la alegría de vivir bailando, sino de la tragedia anual de andar esquivando los baches, tantos, tan diversos en extensión y profundidad, que al final uno acaba yéndose derecho bajo la consigna “no es necesario caer en todos”.

Es un mal de todos los años porque somos pobres y no tenemos para pavimentar nuestras calles con recursos de calidad como sucede en las lluviosas calles de los países europeos, que rara vez saben lo que es un bache y mucho se admiran de conocerlos cuando vienen por acá, ¿pues qué no somos un país productor de petróleo?

Dicen las lenguas veraces que todo es cuestión de dinero, que los pavimentos se cotizan según el grosor seleccionado de la capa y que éste va de 14 centímetros hasta cinco, el más barato y rentable. Rentable porque a cada rato hay que estarla renovando con beneficio para no sabemos quién.

Igualmente, nuestra precaria economía y el menguado presupuesto de la Secretaría de Vialidad nos impiden tener semáforos sincronizados, por lo menos en las zonas de mayor conflicto como es el Centro Histórico, donde además, como una muestra de respeto a los peatones que hoy valen menos que los ciclistas, deberíamos tener semáforos peatonales en todas partes y suprimir la semaforización que, con el título de temporal (mientras se renovaba la avenida Enrique Díaz de León), se mantienen, esos sí sincronizados, para calles como Mezquitán y Frías, que ya no tienen flujo vehicular, pero que se quedaron funcionando para recordarles que alguna vez fueron útiles. Este tipo de deficiencias administrativas no solamente perjudican a quienes tienen vehículos, sino a toda la ciudadanía por la contaminación que crece y se expande en la medida en que los automotores frenan y arrancan en cada esquina. Por si faltaran novedades, en algunas calles del barrio de Santa Teresita se gastó una buena cantidad de dinero en poner topes y letreros de “uno y uno”, contraviniendo la tradición secular de las preferencias y lo que es peor, sólo en algunas calles sin ninguna socialización que la puesta de estos letreros. Una decisión de esta naturaleza en una ciudad todavía no acostumbrada a funcionar de esta manera supone un ejercicio educativo cívico de meses, para que propios y extraños se enteren de que por lo menos en algunas calles de Guadalajara se implementará la circulación de uno y uno.

Si a este escenario añadimos jardines y camellones convertidos en junglas tarzaneras y basura regada por todos lados, nos queda claro que la raíz del problema es el tener alcaldes de dos años, que al tercero se dedican a hacer campaña para un nuevo cargo dejando el que tienen en manos de interinos poco o nada preocupados por desempeñar un papel que nadie ve, y por un periodo que con trabajo daría para conservar las cosas como están, no para lanzar proyectos. Por eso el término de año de toda alcaldía sujeta a esta condición es siempre un año perdido y malgastado para todos.

Debemos insistir en la necesidad de una reforma que nos permita obtener un gerente de la ciudad por largo plazo o periodos municipales de seis años.

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