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Malas noticias

El primer trimestre del año estuvo marcado por un incremento en la incidencia de delitos en la mayoría de los estados de la república. En Ciudad de México, Guanajuato, Jalisco y Quintana Roo hubo un incremento significativo en homicidios, secuestros, violaciones, asaltos, extorsiones y lesiones.

Hace unas semanas el presidente López Obrador anunció que en seis meses el problema de inseguridad disminuiría, principalmente debido al inicio de operaciones de la Guardia Nacional (GN). Esto en teoría podría suceder para una ciudad o inclusive podríamos pensar en una disminución a nivel nacional si fuese posible instaurar unidades de la GN en cada esquina y/o de forma permanente. Sin embargo, sabemos que esto no es posible. Lo más probable es que veamos una disminución de la actividad delictiva únicamente en aquellos lugares en donde la GN esté operando. Podríamos asociarlo con fumigar insectos en ciertos espacios, algunos mueren, pero muchos se mueven a los lugares aledaños y si no se mantiene la fumigación, las plagas regresan.

Para el caso de la inseguridad en México, el presidente, los expertos y la prensa explican las raíces: el problema se debe principalmente a la corrupción y la impunidad. Si acabamos con estas y metemos a la cárcel a los criminales se acaba el problema. Esto sería como si quisiéramos acabar con el cáncer de pulmón extirpando tumores a los enfermos. El tema de la inseguridad se ha enfocado desde una perspectiva incorrecta. Además del problema de los bajos niveles en la calidad de la educación, existen condiciones estructurales y sociales que permiten que el crimen organizado y la delincuencia en general sigan reclutando y operando. México tiene una amplia población joven.

La relación entre el crimen y la edad ha sido ampliamente estudiada y documentada alrededor del mundo. Por ejemplo, Adolphe Quetelet encontró que la proporción de la población involucrada en el crimen tiende a alcanzar un pico entre los 15 a 24 años y luego disminuye. Los datos de arresto del Índice de Crímenes (homicidio, robo, violación, asalto agravado, y hurto) en Estados Unidos, documentan la consistencia de ese período de edad sobre la prevalencia de actividades delictivas. Hoy en día, la participación en delitos por edad es menor de 25 años para todos los delitos reportados en el FBI, excepto en las apuestas.

Algunos sostienen que la relación edad-crimen es invariable a nivel mundial entre grupos, sociedades y épocas (Hirschi y Gottfredson) y, que esta invariancia indica que la relación edad-delito está fuertemente determinada biológicamente. En México todo esto se ve exacerbado con ingredientes que influyen en incrementar la delincuencia. Muchos jóvenes, sobre todo los varones, vivieron o viven en familias con problemas de alta violencia, alcoholismo y/o desnutrición. Esta realidad y los valores negativos inculcados desde la niñez, como el machismo, se convierten en el escenario ideal para reclutadores de pandillas o estructuras criminales. La cárcel y aún el peligro de muerte no los desincentivan.

El resultado es la inseguridad creciente. La estrategia contra la inseguridad debe ir acompañada por la necesidad de repensar el diseño de nuestra sociedad para generar oportunidades sostenibles y a largo plazo para jóvenes y, sobre todo, involucrar a las familias para transformar nuestra cultura de violencia y exclusión que no nos permiten superar estos grandes obstáculos cimentados en nuestro diseño social y que harán de la inseguridad un reto permanente.

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