Maestros
Haciendo un repaso por todos aquellos profesores con quienes tuve oportunidad de coincidir, me di cuenta que a quienes más recuerdo no son precisamente con quienes mejores notas obtuve.
En la educación preescolar y básica teníamos solo un maestro para todas las materias. Ya en la educación media básica y superior era distinto, teníamos un profesor por cada materia y aunque había unos menos memorables que otros no recuerdo uno solo que tuviera otro objetivo que cumplir con el programa.
Todos tenemos en la memoria a un maestro o maestra que nos hizo amar su asignatura e incluso definir con ella lo que estudiaríamos en el futuro; otros, por el contrario, nos hicieron aborrecer una materia que era determinante no sólo para la calificación del curso sino para la vida. A veces pasa.
Tuve un profesor al que llamaban “Tirano Banderas”, aludiendo al protagonista de la novela de Ramón del Valle-Inclán de 1926, y no era para menos, el apodo le quedaba perfecto. Pero en realidad su carácter desapegado y abrupto, que en su momento me pareció aborrecible, con el tiempo me hizo valorar la objetividad que practicaba.
Me di cuenta que “metodología” era una palabra célebre en su discurso, en su plan de trabajo e incluso en su convivencia; me hizo entender que ese hombre tan metódico tenía un rigor excepcional para dirigir su clase. No se involucraba con los alumnos, no compartía información personal, cuando mucho saludaba por los pasillos, mantenía una notable distancia. En pocas palabras, rompía el molde del resto del profesorado que brillaba por su cercanía y calidez.
No puedo decir que fui mejor en su clase que en alguna otra, además todas tenían el mismo valor curricular, pero sí aprendí lo que significa ser impecable y aunque su criterio siempre se ponía en tela de juicio por el alumnado -no muchos aprobaron con buenas notas- siempre le dejó claro al grupo que si estaban en su clase por un número estaban perdidos y por su bien cambiaran de materia; sin embargo su materia no era opcional. Irónica la sugerencia.
Ese maestro tenía claro que los trabajos finales no definían a los alumnos, pero evidenciaban su criterio. Luego de un semestre, el aprendizaje se quedó ahí. Y lo recuerdo como a pocos de mis profesores, porque su clase me hizo encontrarme con muchos “no” en el camino: “No es suficiente, no es correcto, le falta rigor, le falta sustancia, no basta la forma, trabaja en el fondo. Hay que reescribirlo”. Era un inconforme empedernido que no le daba gusto a nadie.
¿Por qué recordar entonces a alguien tan aparentemente hostil este Día del Maestro? A la vuelta de los años me di cuenta que ese hombre “tirano” se esforzaba por forjar un carácter en quienes tenían la misión de cuestionar el entorno y emitir una opinión desde la objetividad. Porque hacen falta profesores que enseñen a hacer preguntas y diseñar rutas críticas para encontrar las respuestas y una vez que las encuentran cuestionarlas otra vez para identificar las soluciones.
¿Qué sería de este país si los profesores practicaran más una metodología así? Quizá sería un caos o quizá no. Como padres y madres también nos toca ser maestros de vida y fomentar la confianza de nuestros hijos desde los primeros años, posiblemente así crean férreamente en defender sus ideas incluso si se encuentran con un “tirano” en su camino. Mi reconocimiento a todos aquellos profesores y profesoras que entregan no sólo su conocimiento sino también su tenacidad para que cada alumno encuentre la mejor versión de sí mismo más allá de los libros, porque ya lo dijo el maestro Picasso: en este mundo debemos aprender las reglas como un profesional para poder romperlas como un artista.