Maestros
Hace unos días tuve un reencuentro inesperado en el estacionamiento de Canal 44 con un profesor de la facultad, el doctor Gabriel Barrón. Después de un breve saludo, cada quien tomó su camino. Confieso que más tarde me arrepentí de no haberle agradecido una lectura que nos compartió hace dos décadas (yo tenía 20 años). Se trata de un poema, “Asfódelo” de Williams Carlos Williams (traducción de Octavio Paz). Yo creo que he leído unas cien veces ese larguísimo poema que una vez el doctor Barrón nos leyó a todos en voz alta. Comparto algunos versos:
“Aprendí mucho en mi vida,/ en los libros y fuera de ellos,/ mucho acerca del amor./La muerte no acaba con él./ Hay una jerarquía/ por la que podemos ascender, creo, en su servicio./Su galardón: una flor mágica;/ gato de siete vidas. Si nadie se atreve y lo intenta,/el mundo saldrá perdiendo”...
Como todos también tuve maestros imperdonables. Recuerdo un profesor que el primer día de clases entró al salón, nos miró lentamente mientras se acariciaba la barbilla y, sin mediar palabra, trazó en el pizarrón una misteriosa frase en latín: “prima non datur et ultima dispensatur”.
Todos guardamos un silencio reverencial. ¿Qué misterioso código sapiencial nos desgajaba ese súbito sabio griego?
Tras una embrollada explicación, que comenzaba con la descripción de las más antiguas prácticas escolásticas, tratados medievales y métodos de enseñanza milenarios, finalmente nos tradujo el latinajo: “La primera no se da y la última se dispensa”. Es decir, la primera clase del curso no se imparte y la última tampoco, así que nos despachó a todos en ese instante. A la última clase ni siquiera se presentó. Desde luego no recuerdo nada de esa materia.
Bergman filmó en 1963 una película llamada “Luz de Invierno”. Cuenta la historia de un pastor que oficia misa en una iglesia vacía. Los maestros y maestras, en estos tiempos de pospandemia, transformación digital e Inteligencia Artificial, enfrentan un mundo hostil. Sin embargo, pese a la adversidad muchos mantienen su fe como ese pastor. Son custodios de una idea que viaja a través del tiempo, y que permanecerá a pesar de que la iglesia esté casi vacía y afuera resuene el barullo de la época.
A todos ellos, gracias.
jonathan.lomelí@informador.com.mx
Jonathan Lomelí