¡Ma’!
El esmerado, permanente y amoroso cuidado que Marta Cuevas, mi esposa, le ha prodigado a su hija Marta, Martita, mi hija de mí, durante 40 años, visto en retrospectiva se ha convertido en una milagrosa obra que hace honor al más profundo de los amores que habitan en la Tierra, ese tipo de amor que, si bien es visible como lo terrenal, en su más profunda esencia es invisible como lo celestial.
De entre las limitaciones que presenta Martita, producto de su Discapacidad Intelectual, aparece, quizás la más retadora para enfrentar su cotidianidad, la ausencia de lenguaje, ausencia que desde la mirada de B. Franklin se convierte en virtud: “habla poco y obra mucho”.
Sin embargo, milagrosamente se ha generado entre madre e hija una especie de contradictorio esperanto, un lenguaje tan privado, tan exclusivo que solo entre ellas se entienden. El primer sonido y más frecuentemente usado, es ¡Ma’! contracción de mamá, irónico monosílabo que según el tono con que se expresa alcanza un infinito número de significados: hambre, sueño, cansancio, tristeza, alegría enojo, frustración, en fin, un sin número de significados que han formado un fenómeno, creo yo, asociado al pneuma, al espíritu.
Cada monosílabo, ¡Ma’¡ genera en la madre paradójicamente un mecanismo vital que permite mantener a Marta, mamá, aquella postura a la que alude J. Bourbon Busset: “Una mujer que ama transforma el mundo”.
No todo es miel sobre hojuelas, aún con toda la carga de milagrería que guarda este monosílabo en ciertas ocasiones se transforma en hiriente ironía, ese misterioso paso del gozo al sufrimiento. Cuando inevitablemente aparece el cansancio físico, el agobio, la pena, la tristeza y la soledad aquel ¡Ma’¡ se desvela como dolorosa realidad, como una fatiga permanente, momentos que inevitablemente confluyen en el llanto de la Madre, de una Madre que después de 40 años jamás se ha puesto como tarea conocer y estar conciente de sus fuerzas físicas y emocionales, su capacidad de tolerancia, su poderosa fe, cuando mucho ante el desanimo y la tristeza actúa al ras de la realidad. Una madre que a lo largo de 40 años ha dejado una asombrosa estela de asombro formada por la lúcida aceptación de la fragilidad de su hija.
El amoroso y sublime ejercicio materno de Marta, madre y esposa, es después de 40 años sinónimo de perfección y paciencia, su vocación caminará siempre por el sendero de lo interminable, lección de tolerancia, de tesón irreductible. Curiosa y paradójicamente he sido testigo de cómo reacciona y actúa con equilibrio justo y en tiempo correcto al escuchar el bendito sonido del monosílabo ¡Ma’!
La vida de Marta, se puede resumir, después de 40 años de entrega a su hija, que es mi hija: como la vida de un pasado con gran sensibilidad materna, para llegar a un presente portentoso que ilumina y conmueve, y transitar sin desmayo alguno hacia un futuro de cotidiana santidad.