Lulu y Nana
Una extraordinaria historia publicada por el diario estadounidense WSJ expone los límites a los que ha llegado la investigación médica y enciende las alertas respecto a la experimentación genética en humanos. El reporte firmado por Preetika Rana puede verse en la edición del 10 de mayo y se titula “Cómo un científico chino rompió las reglas para crear los primeros bebés genéticamente modificados”. Lulu y Nana son los nombres ficticios de dos bebes nacidos con genes modificados en un hospital de China gracias a la labor de He Jiankui, un científico que puede pasar a la historia como quien dio el primer paso en la manipulación genética en humanos. Ahora mismo el hecho ha provocado que las autoridades aparentemente prohibieran la continuación de estas investigaciones, la comunidad científica ha censurado el hecho, y Dr. He está en paradero desconocido en China. Pero más allá del impacto científico de la noticia, está la enorme trascendencia para las reflexiones éticas, jurídicas y políticas que un hecho como este genera. Ahora hay dos bebés en el mundo que han nacido con sus cadenas genéticas alteradas por humanos y que aparentemente los pueden hacer resistentes al VIH. Sin embrago no sabemos si las alteraciones implicarán otros cambios en sus vidas. Serán seguramente materia de una observación puntual durante toda su existencia, y por ese hecho, discriminados. Sus padres, quienes ignoraban en parte el alcance de lo que se hacía con sus bebés seguramente también sufrirán el proceso. La información científica del caso, que fue parcialmente expuesta en una reunión especializada en Hong Kong, ahora es materia de un seguimiento estratégico por parte de las autoridades chinas y no es posible saber si será usada para seguir adelante con experimentos que pueden ser mucho más espeluznantes de forma secreta. El hecho pone de manifiesto que hoy día es posible que otros casos como este estén sucediendo sin que nos enteremos. La preguntas milenarias que plantean el límite a lo bueno surgen del fondo de este asunto. ¿Lo correcto está determinado por el beneficio de muchos con el sacrificio de otros? ¿El bien futuro posible justifica el daño hoy? ¿El riesgo a lo desconocido debe detener la libertad de investigación? O más allá: ¿es justo lo que suceda a estos niños, a sus padres y a quienes participan en estos ensayos científico? Esto para no llegar a los temas sobre el derecho de los hombres de alterar la creación divina, para el caso de quienes así lo consideran. Las soluciones legales que prohíben la experimentación en humanos pueden ser evadidas con facilidad en muchos puntos del planeta y la carrera por la supremacía científica en la materia no parece detenerse a responder a estas preguntas. Son las autoridades de unos cuantos países las que tienen abierta la discusión de estos temas y los que están involucrados en la competencia. Llama la atención que el Presidente Chino Xi ha llamado a la nación a la innovación como método para generar valor y llevar a su país a la vanguardia. Como también queda claro que muchas compañías privadas en el mundo están compitiendo por el conocimiento mucho más allá de las barreras que representan las leyes de los países. En la disputa por el liderazgo global hay asuntos que están mucho mas allá de las cuestiones comerciales, la supremacía tecnológica determinará las hegemonías. Hasta ahora, en el mundo Occidental el papel de liderazgo de Estados Unidos, Europa y Japón ha sido determinante para establecer el alcance de una legalidad que obligue a llevar por un camino con límites a la ciencia. Ante historias como esta, cabe preguntarse lo que puede estar sucediendo en China, en Siria, Rusia, o Corea del Norte. El recuerdo de lo sucedido en la Segunda Guerra Mundial es obligado, para preguntarse si es que no hemos aprendido la lección. Porque el límite no es la imaginación sino la capacidad de sujetarnos a una ley que nos haga llamarnos, como lo hacían los griegos, hombres civilizados.