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Lozoya, la cena y la comidilla

¿Por qué indigna tanto que una persona bajo proceso, con un brazalete, en este caso Emilio Lozoya, vaya a cenar a un restaurante? ¿No se trata de eso la libertad condicional? ¿Qué es lo que nos enoja: el lujo, el descaro o la falta de justicia? La discusión tiene muchas aristas. Por un lado, hay una profunda indignación por una justicia que no es igual para todos. Es el juarismo distorsionado: a los enemigos justicia ruda, a los amigos sólo gracias, muchas, muchas gracias. Por otro lado, la discusión y las reacciones ante el hecho muestran una vez más esta falsa idea que tenemos los mexicanos de que la única forma de justicia que existe es la cárcel. 

El caso de Emilio Lozoya es quizá la evidencia más clara de la justicia selectiva en este sexenio

El caso de Emilio Lozoya es quizá la evidencia más clara de la justicia selectiva en este sexenio. Reconocido como testigo colaborador, la Fiscalía General de la República ha usado al ex director de Pemex en el sexenio de Peña Nieto como ariete político. Su caso está lleno de irregularidades e inconsistencias, tiene un trato privilegiado y no ha cumplido con lo que se supone es una de la condiciones de los llamados testigos colaboradores: dar información que permita procesar a quienes le daban órdenes, quienes eran la cabeza de la trama corrupta. Por encima de Lozoya sólo estaban Videgaray, ex secretario de Hacienda, y el ex presidente Enrique Peña Nieto; sobre ellos no hay un sólo proceso iniciado por la información otorgada por él. En cambio, Lozoya ha disparado hacia los lados con singular alegría, curiosamente siempre contra los que el “nuevo régimen” considera sus enemigos.

Entendiendo la indignación de una justicia mal aplicada, nada debería extrañarnos que una persona bajo proceso, que no ha sido declarada culpable, vaya a cenar a un restaurante. Si algo ha caracterizado a la política de este país es la fabricación de culpables, una visión utilitaria y vengativa de la justicia. Existiendo métodos eficientes de control, la prisión preventiva debería de existir sólo para aquellos cuya libertad representa un peligro para la sociedad. 

La ampliación, en la última reforma penal del catálogo de delitos que ameritan prisión preventiva fue un retroceso, pero mientras el escándalo sea la costosa cena de un presunto criminal que no ha sido sentenciado y no la ineficiencia de la Fiscalía General de la República seguimos abonando a esta visión distorsionada de la justicia.

No nos confundamos: lo inmoral no es que Lozoya vaya a cenar pato, sino que el Fiscal Gertz Manero se siga haciendo pato.

diego.petersen@informador.com.mx

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