Lozano y lo insano de Coparmex
La fugaz contratación-descontratación-renuncia de Javier Lozano a Coparmex fue el hazmerreír de las redes sociales el día de ayer. Y no es para menos. Ahora sí que se abrazan de la pistola y se asustan con las balas. Pero, como dice el clásico en la estupidez no hay plural, tontería sólo es la primera, las demás, aunque también lo parezcan, son sólo consecuencias de esa primera mala decisión.
Coparmex tenía entre sus cualidades ser una institución bastante democrática hacia el interior y sobre todo independiente. Podíamos estar o no de acuerdo con sus posiciones, pero tenían coherencia propia, la de un sindicato patronal, de libre asociación en defensa de la libre empresa. El año pasado, en una alta traición a sus propios valores, cambiaron los estatutos para que Gustavo de Hoyos se reeligiera por un año más, pues si hubieran ido a una elección libre conforme a los estatutos era muy probable que Jesús Padilla, un empresario transportista cercano a López Obrador y a Claudia Sheinbaum, les hubiera ganado la presidencia. La reelección de Hoyos fue ese error inicial, lo demás ha sido consecuencia. El problema no es Lozano sino lo insano de aquella decisión.
Coparmex perdió en los últimos meses la fuerza de su voz porque perdió institucionalidad. Hoy el sindicato patronal tiene como única voz la de su presidente, Gustavo de Hoyos, quien a quererlo o no, es visto como un aspirante a una candidatura a la presidencia de la República y como parte de la oposición al gobierno del presidente López Obrador. Hace rato que para la vida pública del país De Hoyos dejó de ser el representante del sindicato patronal.
La pifia de la contratación de Javier Lozano se inscribe en esa lógica. Lozano, lo conocemos de sobra, es uno de esos políticos dispuestos a servir al mejor postor, como Esteban Moctezuma o Alfonso Durazo, para citar a dos que están ahora en el candelero. Pasó de vocero de la campaña a la presidencia del candidato priista Francisco Labastida a secretario del Trabajo con Felipe Calderón, luego a enemigo del candidato panista Ricardo Anaya y de regreso a vocero de la campaña priista a la presidencia de José Antonio Meade (si fuera futbolista es de los que diría sin recato “ante todo soy profesional”).
Llevarlo a Coparmex era una declaración de guerra en el ámbito político, que nada tiene que ver con la misión central de Coparmex que es la defensa de la libertad de empresa. El costo de contratarlo y correrlo fue altísimo, la institución sufrió un duro golpe de imagen, pero dejarlo habría sido mucho peor, pues significaba meter al sindicato patronal en la lógica electoral.
(diego.petersen@informador.com.mx)