Los símbolos como lenguaje o como ficción
Cansados, hastiados… usaré el delicado -en un texto de esta naturaleza- yo, para que no se perciba una generalización que pontifica: cansado, hastiado de mirar los asuntos políticos de manera inercial: entretejiendo nombres con sus biografías y sus intereses personales; especulando, porque no hay más, respecto a lo que puede significar, nunca hay una certeza única o unificada, representar a un partido, a un movimiento, a un sindicato, a una empresa, a un poder fáctico, incluso a una idea, a una universidad; y el traslape de esas biografías, de esos intereses individuales, de los anclajes partidistas, empresariales, etc., con las cambiantes circunstancias, geopolíticas, económicas, medioambientales y las emergentes: las consideraciones de raza, de nacionalidad y género, siempre necesitadas de revisión y actuales, pero hoy en el centro, al menos en/para los discursos, más la cultura que globaliza gestos sin reparar en los contenidos, trastocando particularidades regionales, acríticamente modificadas con el soporte de las redes sociales y los medios masivos de comunicación, lo que propicia actitudes que apuntan a expectativas -modos de vida y satisfactores materiales- difíciles de cumplir.
Ese cansancio y ese hastío trasluce en la forma casi de machote de narrar los hechos de la política; lo que nos atañe como sociedad, también como individuos, según lo que plantea la pregunta clásica: qué fue primero, el huevo o la gallina, en este caso: qué va por delante, la sociedad que moldea al sujeto o éste que al cabo delinea a aquélla. Escribí los hechos de la política, es decir, atenidos a la noción vigente de política: el ir y venir, el decir y callar, el decidir y así afectar, de quienes tienen el poder, para bien y para mal, de llevarnos por el rumbo que sin más ni más eligen o que por indolencia o cálculo dejan a las circunstancias tomar el timón, de la seguridad a la economía, de la justicia a la calidad de vida, de la democracia a sus simulaciones: la concatenación de coyunturas al mando, incluida la que representa un grupo de ignorantes y fanáticos haciendo una nueva Constitución, merced a la coyuntura de más actualidad, madre de otras, dañinas: tener la cantidad de legisladores que le permite apegarse a la tradición política que, sin embargo, quienes la usufructúan anuncian como inusitada y salvadora: hacer su regalada gana para sus autorregalados fines; ni la decencia elemental, menos la ciencia política o el imperativo de ser incluyentes, ni la más básica concepción de la democracia o de la historia se los han impedido.
A golpes de constancia con sus convenencieros diagnósticos, del mentir como eje de sus narrativas, del usar el erario como patrimonio privado (nada novedoso, por lo demás) y por el apoyo popular que recibe, el movimiento creado por López Obrador ganó el sufijo ismo: hay un morenismo. Y si esta descripción, comprobable en los hechos, es inquietante, políticamente inquietante, lo es más que el morenismo actúa como cualquiera haría si quedara instalado por las circunstancias (porque el voto popular es meramente circunstancial) en la coyuntura más pretendida de la política nacional, la que por ser el santo grial del poder en México, quizá ya no sea coyuntura sino cimiento de la estructura política: el no pedir, sino ser puesto en donde hay; sólo que el morenismo ha innovado: está inscribiendo este principio, fraseado jurídicamente, en la Constitución.
Pero estar cansado y hastiado también fatiga. Por lo que, sin pretensiones de originalidad, entra al rescate un mecanismo: la interpretación de sucesos como señales de cambio, por lo pronto de formas, y desde ahí la posibilidad de un rumbo mejor. El descrito en los párrafos previos, el morenismo su representante más acabado, nos tiene atendiendo por lo menos eso: señales. Propongo dos: el anuncio que hizo el viernes Pablo Lemus, en el rol de gobernador constitucional electo, de Francisco Mayorga como titular del Consejo Consultivo del Agua; respetable, honesto y sapiente, como pocas, como pocos, de la materia, además no ignora la importancia de la política para proponerse fines, consensuando medios, sin obviar las limitaciones (presupuestales y jurídicas). Y la elección, del Consejo General (CGU) de la Universidad de Guadalajara, de Karla Planter como rectora; respetable y honesta, académica para las buenas, lo que implica que está intelectualmente preparada y es capaz de volver acción y enseñanza sus saberes, y también para las malas: por ser eso, académica en la UdeG, conoce las deficiencias de la institución y sus taras y vicios; es relevante que haya sido la ganadora porque no ignora la porción de política que es imprescindible practicar, sin que la haya ejercido únicamente según los cánones centenarios de la UdeG y entiende, como Mayorga, la importancia de la política para proponerse fines consensuando medios, sin obviar las limitaciones (presupuestales y jurídicas).
Si es de aceptarse que ambas designaciones son signos buenos, lo que ahora requieren para convertirse en motivos concretos para el optimismo, es que los factores eminentemente políticos que desencadenaron sus respectivas elecciones estén a la altura, de ella y de él en tanto dominadores de las técnicas necesarias para desempeñar bien su cargo: Pablo Lemus y los cuatro o cinco decididores que inciden en las determinaciones del CGU. Y estar a la altura supone que no los dejen solos ante embate de los políticos que suelen comportarse como quedó descrito para el morenismo: que Lemus (apuntaló el nombramiento de Mayorga con los demás que inciden en la gestión integral del agua) y los electores en la Universidad sean parte del consenso político y se hagan cargo de lo que les toca para la consecución de los medios, políticos e instrumentales, para que Karla y Francisco hagan lo suyo. Por buenos técnicos y científicos, honestos, etc., no hemos parado, lo que cada vez los vuelve inocuos es el juego político; el que nos tiene cansados, hastiados, si perdonan la generalización que pontifica.
agustino20@gmail.com