Ideas

Los pueblos indígenas siguen resistiendo el colonialismo

La narrativa eurocéntrica y liberal cuenta que el origen de la civilización occidental ocurrió en Grecia y Roma. Se equivocan. El origen de la civilización de la humanidad ocurrió en seis regiones del mundo que, de manera autónoma, desarrollaron procesos culturales claves como la domesticación de plantas y animales, la creación de ciudades y de formas de comunicación -incluida la escritura-, y formas de organización social y política que ahora definen la civilización humana. Mesoamérica, que comprende la mayoría de los pueblos originarios de México, es uno de ellos. 

Recuerdo esto en ocasión del Día Internacional de los Pueblos Indígenas celebrado cada 9 de agosto, decretado por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 23 de diciembre de 1994. En el mundo existen alrededor de 500 millones de indígenas en 90 países. A pesar de que apenas representan 6 por ciento de la población, en sus tierras existen los territorios con mayor diversidad y protección de los bienes naturales como agua, bosques y cultivos tradicionales que son patrimonio de toda la humanidad. En México el Estado reconoce al menos 71 pueblos originarios que se identifican como indígenas, y que suman más casi 24 millones de personas que representan 19 por ciento de la población. De ellos, 7.4 millones siguen siendo hablantes de una lengua indígena. 

A pesar de ser pueblos creadores de civilizaciones originarias, basta ver las notas de presas de las últimas semanas para reconocer que siguen pensando sobre estos pueblos las condiciones de despojo, desprecio, y violencia estructural que se ha mantenido desde la conquista de estos territorios hace más de 500 años. En Chiapas, varios pueblos se han visto obligados a desplazarse hasta Guatemala por la violencia que les impone el crimen organizado; en ese mismo estado la organización de Las Abejas denuncia que padecen las agresiones paramilitares semejantes a 1997, cuando ocurrió la masacre de Acteal en diciembre de ese año.

En Michoacán, el pueblo nahua de Santa María de Ostula declaró el pasado 9 de agosto que no hay nada qué celebrar en una comunidad que ha visto asesinar a 40 de sus comuneros y desaparecidos a otros seis, mientras espera que la justicia del Estado resuelve un juicio agrario a su favor y no a favor de los pequeños propietarios protegidos por células del crimen organizado.

Pero no es sólo la lucha por la defensa del territorio lo que aqueja a estas comunidades. En México, muchos pueblos indígenas luchan literalmente para evitar su extinción, como ocurre con varios pueblos del norte del país. De los pueblos originarios cuya lengua está en peligro de extinción, cinco están en Baja California: koal, pai pai, kumiai, cucapá y kiliwa, de los cuales quedan ya pocos hablantes. 

Constatar la extinción de lenguas es confirmar el exterminio sobre pueblos indígenas en México. Es un “asunto” social que no pasa por la agenda política o mediática del país, pero que muestra y confirma que la modernidad capitalista en México se construye sobre la extinción de pueblos indios y se impone mediante la barbarie y el neocolonialismo. La desaparición de una lengua no es una cosa intrascendente, como la pérdida del registro de un partido político o la derrota de la selección nacional de futbol, “asuntos” que sí atraen la cobertura mediática. La desaparición de una lengua indígena entraña una pérdida para toda la civilización.

El antropólogo Eckart Boege sostiene que hay una relación directa entre diversidad lingüística y diversidad biológica. La diversidad de lenguas que existe en México refleja una adaptación de pueblos originarios con el territorio y los bienes comunes que produce, de modos no extractivos, como ocurre ahora con la moderna sociedad capitalista instrumental-explotadora-despojadora. Existe una correlación entre la diversidad de lenguas “endémicas” y la megadiversidad biológica; de los 25 países con mayor número de lenguas indígenas, 10 son megadiversos: entre ellos México. Perder una lengua, es perder una parte de la humanidad que somos.

El despojo, la explotación, el desprecio racista e incluso la extinción de lenguas se enmarca en lo que otro antropólogo, Guillermo Bonfil Batalla, denominó el México profundo, el México de la civilización mesoamericana negada por el proyecto Occidental de las élites modernizadoras. Y añadía: “La coincidencia de poder y civilización, en un polo, y sujeción y civilización mesoamericana en el otro, no es una coincidencia fortuita, sino el resultado necesario de una historia colonial que hasta ahora no ha sido cancelada en el interior de la sociedad mexicana”. Mientras siga el colonialismo contra los pueblos originarios -y persiste-, no habrá un México con una vida digna para todos. 

Síguenos en

Temas

Sigue navegando