Los niños que migran al norte
Según la información difundida en la prensa cuesta casi 20 mil dólares la custodia y traslado de una persona hasta llegar a los Estados Unidos. Cientos de miles de familias pagan a estos “coyotes” para trasladar a niñas y niños del otro lado de la frontera, con el propósito de que sean luego rescatados por familiares o amigos.
El proceso es muy peligroso en Centroamérica, México y en Estados Unidos, son odiseas llenas de amenazas, abusos, maltratos, extorsiones y la humillación continua de la segregación. Amén de estar en manos, muchas veces de grupos armados de la delincuencia.
Cruzar la frontera es el paso más difícil y normalmente lo hacen por la vía terrestre esperando ser detenidos por los servicios de migración y puestos a disposición de las autoridades a las que solicitan asilo. Se mantienen en custodia de las autoridades federales en centros de detención, cárceles, pues.
Unos son deportados de inmediato, otros consiguen insertarse en el llamado Programa de Niños no Acompañados, y las autoridades les localizan a una familia de parientes o amigos que esté dispuesta a recibirle, obligados a un programa de reinserción. Este programa ha permitido que más de 400 mil niñas y niños hayan llegado a estos hogares sustitutos.
En algunos casos, les esperan sus propios padres, en otros, parientes y en muchos sólo “amigos”. Como podemos imaginar, las historias de estos niños suelen contener muchos episodios dolorosos que requieren ser tratados física y psicológicamente. Pero esa es la parte menos trágica de lo que sucede: gran cantidad de menores son deportados inmediatamente y enviados, sobre todo a nuestro país, que no cuenta con las condiciones de asistencia institucional suficientes para recibir, alimentar y tratar a estas personas que lo que buscan es cruzar la frontera.
Es entonces, cuando se vuelven cada vez más vulnerables y pueden ser presa de personas o grupos que abusen de ellos. Para evitar esto, existen una gran cantidad de organizaciones civiles que brindan ayuda en la frontera. A lo largo de los años, la migración de niños se ha convertido en un problema que alcanza niveles de crisis humanitaria, y por eso, se decidió aplicar una política de no deportación inmediata de los menores, que se aplica selectivamente, y se opera una oficina para la reinserción de menores en hogares en donde permanecen en espera de que se resuelva su situación migratoria. Pero este proceso puede durar años. Para algunos en buenas condiciones, para otros en una especie de dantesco purgatorio en espera de un corte final.
Esto es así porque lo que para algunos es una reunificación familiar para otros puede ser un mecanismo de explotación, ya que la familia que los acoge se compromete a alimentarles, enviarles a la escuela y velar por su salud, sin recibir apoyo de ninguna especie, lo que resulta muchas veces en la presión para que estos menores aporten para el sustento familiar. La mayoría de los niños acogidos son mexicanos, aunque los que ahora cruzan son en su mayoría centroamericanos y de otras nacionalidades.
Este problema es una desafío para las administraciones de Estados Unidos, México y Centroamérica, que sólo puede ser resuelto en un marco de cooperación colocando como eje la defensa de la dignidad de los menores. Para México supone la necesidad de defender a los mexicanos que permanecen allá en espera de los procesos migratorios, la atención de quienes son deportados, el combate al tráfico de personas y la colaboración con las naciones de Centroamérica, entre otros temas. En Estados Unidos el tema se ha politizado, lo que dificulta encontrar soluciones profundas y las autoridades están atrapadas entre las presiones políticas y la obligación moral de proteger la dignidad de los menores.
México seguramente toma nota del crecimiento de la migración de menores que comienzan a quedarse aquí, y que requerirá en el futuro de programas de asistencia social, reinserción y seguimiento de sus procesos migratorios. Es vital comprender que estas niñas y niños son allá y aquí un grupo que no tiene voz, que mantiene una situación precaria en espera de una resolución administrativa que puede abrir o cerrar el camino de una nueva vida. Merecen que todos defendamos la dignidad de estos cientos de miles de menores inocentes, condenados por la violencia, la marginación y la pobreza a emigrar. Legislar, decidir, invertir, comprender, atender y hablar pueden ser los verbos por donde comenzar.