Ideas

Los grandes maestros

A mis maestros les debo toda esta vida, la que me ha hecho ser lo que medianamente he entendido de mí. Les debo el valor de dudar -en principio de cuentas- de mí misma para luego confiar desde la exploración de aquella permanente duda. Les debo también lo que viene después de confiar que es sentirse seguro y a distinguir la delgadísima línea de la soberbia. Les debo, después de haberlo sido -soberbia- las íntimas y dolorosas conversaciones que ponen todo en perspectiva, a cada quien en su lugar. Les debo aprender a aceptar que hay un lugar para cada uno y entender, no desde la resignación sino desde la comprensión la humana falla de subirse a un ladrillo y marearse.

Les debo el perdón que siempre enaltece el espíritu y permite que todo vuelva a fluir de manera natural. Les debo ser natural, vivir día a día como se presenta y poderlo sanar desde la “comodidad” de un texto, un movimiento, una canción. Les debo también el saber que las emociones no son nuestras y que son trajes que nos ponemos y nos quitamos para así poder vivir la tristeza que viene y va, la alegría que viene y va, el enojo, la amargura, el desazón, el júbilo que vienen y que van y que quien queda entre esos vaivenes, somos realmente nosotros a los que tan poco conocemos. Les debo el trabajo duro, la disciplina, el tesón que son tan evidentes cuando se profesan por la derecha como cuando no es así. Les debo haber saboreado la traición, la más alta, aquella que no deja dormir porque nos carcome la conciencia de haber dejado pasar la vida sin habernos cumplido a nosotros mismos. Les debo y agradezco, desde lo más profundo, atreverme a conocer mi ideal, mismo que me creo capaz todavía de soñar con alcanzarlo.

Les debo soñar con un mejor mundo, una mejor vida, una mejor manera de lograrlo. Les debo obviamente, ser consciente del pantano aquel por el que es verdad, no pasa nadie sin mancharse. Les debo conocer el precio que se paga por la exhibición y el deslumbrante reflector y haber escogido en vez de ellas a la intimidad, esa que caracteriza a un proceso creativo que no se desvela hasta el momento en el que es debido donde el otro, el público, tiene poco o nulo acceso a esos períodos llenos de sudor, errores, pausas, encuentros y desencuentros que se parecen tanto a la vida fuera de un salón.

Les debo no haber dejado de jugar y sin embargo tomar las cosas serias como lo que son sin dejar de pensar que todo al final es una cuestión de fichas y estrategias para pasar el rato, ese rato que es vivir. Les debo saber de cierto que podemos serlo todo, todos los personajes, todas las historias y que a partir de esa certeza es que se escoge en la vida misma, quién ser cada día con aquel millón de posibilidades. Es liberador saber que no existe, es inadmisible el “así soy” porque siempre podemos escoger ser alguien más bondadoso, compasivo, sereno.

Les debo haber conocido a Mozart, Schubert, Beethoven, Purcell, Dowland, Brahms, Wagner, a Bach.

Les debo a Eiffman, Petipa, Neumeier, Ek, Kylian, Cherkaoui, Khan, Forsythe, Lightfoot, Duato, León y muchos más. Les debo su entrega, su compasión, su paciencia, su generosidad que han sido una constante a lo largo de este largo camino. A mis maestros les agradezco haberme tirado al mar y asomarse cautelosamente a ver quién salía de entre las rocas. Esa que todavía tiene ganas de tirarse al vacío y de salir de él les estará por siempre agradecida. ¡Feliz día, maestros adorados!

A Giorgio y Lucy

argeliagf@informador.com.mx@argelinapanyvina

Síguenos en

Temas

Sigue navegando