Los 80 años del capitán Archibaldo Haddock
En plena guerra mundial, un barco carguero, el Karabudjan, navegaba por aguas belgas con rumbo al norte de África. Su capitán está hecho una piltrafa: traicionado por su segundo de a bordo, se entera de que la tripulación trafica drogas y se refugia en el whisky. Tintin irrumpe de pronto por el ojo de buey de su camarote. Es una viñeta de enero de 1941 y el principio de una aventura que más tarde se publicaría como álbum a colores: El cangrejo de las pinzas de oro. Así conocimos a quien probablemente sea la figura más entrañable de la serie, el capitán Haddock.
Ese personaje colorido y complejo, que contrasta con sus defectos, arrebatos y sentido del humor la rectitud intachable de Tintin y lo complementa, llegó a formar parte del elenco a los once años de publicada la primera peripecia del reportero, Las aventuras de Tintin en el país de los soviets (1930), y sólo antes que el profesor Tornasol (1944), pues lo precedieron los policías Hernández y Fernández (1934) y la soprano Blanca Castafiore (1939). Sin ellos, y sobre todo sin Milú y Haddock, Tintin no sería Tintin.
Haddock vive en el castillo de Moulinsart, que perteneció a su ancestro el caballero François de Hadoque, de la marina de Luis XIV, de lo cual nos enteramos en El tesoro de Rackham el Rojo. Del resto de su parentela nada se sabe, sólo lo acompañan en Moulinsart Silvestre Tornasol y un estirado mayordomo. Siempre presto a embarcarse en toda clase de aventuras junto a Tintin, Haddock recorre el mundo del Tíbet al Perú, en submarino, barco o avión, y hasta la luna llegan en un precioso cohete rojo y blanco.
El capitán nunca dejará su gusto por empinar el codo y fumar su pipa, pero también un hombre bueno, valiente y generoso, y un amigo fiel, aunque es propenso a sufrir tropiezos y meterse en líos, de los que lo salva el joven reportero. Su rasgo más memorable, debido a su carácter mercurial, es un inagotable talento para proferir variopintos improperios: “ectoplasma, bachi-bozuk, flebotoma, lepidóptero, oricterópodo, visigodo, tecnócrata, anacoluto” y un largo etcétera son algunos de ellos, en la notable traducción al español de los libros. Tan frecuentes son sus arranques de cólera y tan prolífico y original es en sus invectivas que ha merecido que su léxico de peculiares injurias, por lo general de raigambre marítima o literaria, se publicara en un volumen titulado El ilustre Haddock (Albert Algoud, Casterman, 1999) y hay un sitio de internet al respecto.*
Es tal la trascendencia de las aventuras de Tintin que escribe André Malraux en su semblanza de De Gaulle (Les chênes qu’on abat) lo que alguna vez dijo el General (que era muy alto): “¡En el fondo, ¿sabe usted?, mi único rival internacional es Tintin! Somos los pequeños que no se dejan aplastar por los grandes. No se dan cuenta por mi tamaño…”
Un brindis enfático y larga vida, pues, al viejo lobo de mar.
* https://www.sepionet.es/tintinofilia/insultos.php