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Lo que aprendimos de la Línea Tres

Ahora sí, nos dicen, con más del doble del tiempo y del costo estimado, que la Línea 3 del Tren Ligero tiene fecha de inauguración. Será en septiembre, en algún día aún por definir y si el coronavirus no opina otra cosa, cuando entre en operación esta obra que pasará a la historia como el ejemplo perfecto de cómo no se deben hacer las cosas. Bueno, siendo optimistas, quizá sirva como caso de estudio para enseñar a alumnos lerdos sobre qué es y cómo se opera la corrupción en la obra pública. La línea tres es hoy por hoy la obra más cara y opaca que se haya hecho en Jalisco: 34 mil millones de pesos, más de mil quinientos millones de dólares y seis años de construcción para una obra que fue presupuestada en 17 mil y tres años de construcción.

Con la excusa de que el Gobierno federal la había pagado completa, como si el dinero de la Federación no saliera también de nuestros impuestos, el Gobierno de Aristóteles Sandoval que ganó la elección promoviendo que nos merecíamos un tren y no una triste línea de BRT, renunció a cualquier tipo de transparencia y exigencia sobre la obra. La SCT y las constructoras designadas la hicieron como quisieron, los jaliscienses no pudimos opinar ni siquiera en el diseño, no se diga en las especificaciones técnicas. La hicieron compañías internacionales que desconocían la ciudad, su identidad y las particularidades del suelo. Al final, más allá de la corrupción todo ello se tradujo en costos, pero a nadie le importó porque el gobierno del Estado lo veía como un “regalo” y el federal sabía que a mayor gasto mayor reparto.

Qué bueno que al fin se pondrá en marcha esta obra que sin duda cambiará la forma de movernos para muchos tapatíos, pero que no por ello se nos olvide que esa obra es el ejemplo de cómo no se deben hacer las cosas.

Lo que nadie ha contemplado en esta perversa ecuación es lo que pusimos los tapatíos, lo que significó tres años de retraso en una obra que atravesó a la ciudad y la abrió en diagonal desde Zapopan hasta Tlaquepaque: centenas de negocios quebrados por los retrasos de la obra, miles de empleos perdidos, cientos de miles de horas hombre desperdiciadas en embotellamientos eternos a lo largo de cinco años. Que no se olvide, esos costos derivados de la ineficiencia y la corrupción los pusimos nosotros.

Qué bueno que al fin se pondrá en marcha esta obra que sin duda cambiará la forma de movernos para muchos tapatíos, pero que no por ello se nos olvide que esa obra es el ejemplo de cómo no se deben hacer las cosas. Que cada poste, son cientos de ellos, quede ahí no solo como la columna que sostiene al viaducto elevado sino un monumento a la corrupción y la opacidad, un recordatorio de que así no, una sentencia que nos recuerde nunca más una obra así.

diego.petersen@informador.com.mx
 

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