Ideas

Lo público y lo privado

Pocas cosas le cuesta tanto trabajo a nuestra clase política como entender los límites de lo público y lo privado, que lo que administran no es suyo, que tener un puesto público no es poseer lo público ni merecer la abundancia, para citar a la célebre primera dama veracruzana.

El caso del delegado de Liconsa que dispuso de los trabajadores de la dependencia para “enchular” su casa, donde recibiría, faltaba más, a todos los delegados federales que saldrán junto con el Gobierno de Peña, es una clara muestra de esta cultura. No es que el delegado, a juzgar por la casa, requiriera de mano de obra barata, o que no pueda mantener su casa. Dispuso de los trabajadores porque ahí estaban, porque son “sus” subordinados, porque para eso es el poder, para usarlo, porque hay, pues, una extraña concepción de que lo público es el premio al esfuerzo, a la amistad bien ganada, a la oportunidad que no volverá. El poder no es que te den, sino estar o que te pongan, donde hay.

El problema no es por supuesto la cantidad desviada, sino el número de personas que dejaron de recibir servicios porque el jefe tenía una fiesta en la cabeza.

Esta situación se repite una y otra vez. No es privativa de los priistas, aunque por el tiempo que han estado en el poder y las formas propias de su quehacer político, resultan los más conspicuos. Pero los panistas nunca se quedaron atrás en estos abusos y esta confusión entre lo público y lo privado. El caso mas patético que recuerdo fue el del director de los penales que llevó a las reas como prostitutas a una fiesta. Tampoco los perredistas, que en Ciudad de México han tenido desplantes dignos de Maximiliano, y muy pronto, tristemente estaremos hablando de eso mismo entre morenistas o emecistas.

Lo que hay detrás es una concepción muy ranchera del poder (sin ofender a los que se dedican al campo) muy primaria: el poder se muestra y se demuestra; se ejerce y se hace sentir, se tiene o no se tiene y hay que usarlo mientras esté a la mano. Este tipo de corrupción, dirán algunos y no sin razón, es nimia frente a los grandes abusos y los grandes casos. ¿Cuánto pudo haber desviado el delegado de Liconsa? Decenas, quizás cientos de miles de pesos. Difícilmente llega al millón, que es una bicoca comparado con los casos de las grandes obras, o los contratos de Pemex, o de abasto de medicinas. El problema no es por supuesto la cantidad desviada, sino el número de personas, las más necesitadas, que debieron haber sido atendidas por los empleados de Liconsa y que dejaron de recibir servicios porque el jefe tenía una fiesta en la cabeza. 

(diego.petersen@informador.com.mx)

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