Lecciones de Montaigne
En medio de la furia racista y la lucha por imponer una verdad, un relato sobre la vida y el pensamiento del humanista francés Michael de Montaigne en que se combinan la rebeldía contra la costumbre de obediencia y la amistad puede ser oportuno:
La amistad entre dos pensadores, inquietos y diversos es un hecho extraordinario. Michael tiene el privilegio de vivirla brevemente en Burdeos hacia 1560. Ahí conoce a Etienne de la Boètie; un abogado y hombre de letras, autor de La Servidumbre Voluntaria, cuyas ideas son la piedra angular de una amistad sentida, pensada, escrita; rota solo por la muerte prematura de Etienne. Años mas tarde, en las postrimerías de su vida Montaigne conoce a Marie de Gornay, una jovencita, admiradora de su obra, que llega a ser su protegida y a quién le encarga la edición de sus obras postmortem. Con ella discute muchos de los aspectos revisados de sus ensayos y siente aquel impulso que solamente el amor puede dar en el último trecho vital. No es una joven cualquiera, es una mujer recién casada, descendiente de las mejores familias de Francia estudiosa los textos de Michael que decide ir en busca del autor con quién sentía gran afinidad intelectual. Montaigne siente la misma empatía racional de años antes con Etienne; pero entonces Michael dejó transcurrir en el tiempo lentamente hasta la muerte repentina de su amigo. Nunca imaginó que se iría con tantas cosas por decir y por hacer. Esta vez, no estaba dispuesto a cometer el mismo error.
Aquella mañana de marzo estaba impaciente. Hasta escuchar la voz suave de Marie se distiende. Tenían pactado revisar el capítulo titulado La Costumbre y el no cambiar fácilmente una ley. Hizo servir infusiones, mientras ella sacaba de su bolso los papeles y las plumillas. Una vez sentados, plantea:
- Dices que la costumbre es traidora.
- Sí, es en verdad una maestra violenta y traidora. Establece en nosotros poco a poco, a hurtadillas, el pie de su autoridad; pero, por medio de este suave y humilde inicio, una vez asentada e implantada con la ayuda del tiempo, nos descubre luego un rostro furioso y tiránico, contra el cual no nos resta siquiera la libertad de alzar los ojos.
- Ya lo dice bien mi amigo La Boètie: es un vicio innombrable el consentir la esclavitud. Y hay un derecho natural a la libertad. Pero también decía con razón que los seres humanos son capaces de subvertir sin mayores dificultades su prístina forma de ser, y de amoldarse cómodamente al yugo de la sujeción, gracias a la costumbre, a ese impulso inercial que tiene la potencia de trastocar incluso a la propia naturaleza. Y la peor de las costumbres es la ciega obediencia irracional.
Con esa intención, Marie, hemos escrito que la costumbre, que en todas las cosas ejerce un poder tan grande sobre nuestras acciones, tiene en particular el poder de enseñarnos a servir; es ese poder el que a la larga nos hace consentir sin repugnancia la amarga ponzoña de la servidumbre.
El mismo mundo debe despojarse del violento prejuicio de la costumbre para desemascarar las terribles herencias recibidas, y para ello hay que distinguir claramente que las leyes se van formando apoltronadas en costumbres que se pierden en el tiempo y que son distintas en cada parte del mundo.
Le recordó varias veces el impacto que le causó la obra de Etienne y el derecho que tienen los hombres a la libertad, como la existencia de una diversidad que se explica lejos de una verdad única.
Antes de despedirse Michael le dice: - a estas alturas de mi vida he descubierto en usted una Afrodita que aunque nunca esculpí, siempre desee que existiera. Debo decirle gracias por estar aquí.- Se sonrojó, suspiró y puesta de pie repentinamente se dirigió a la ventana; de espaldas le dijo suavemente: la amistad es más profunda cuando va más allá de las formas y la materia, cuando es un acto de libertad pura, cuando es una libertad voluntaria. Eso es lo que quizás su amigo Etienne quizo decir cuando pronunció su nombre con el alma entre los dientes.
En momentos en que las sociedades tienen sembrado el germen de la división y el odio, cuando se rompen tradiciones, normas y leyes, cuando se deja de lado el valor de la amistad y la lucha por defender la libertad, el humanismo de Montaigne es un bálsamo necesario ante la intolerancia.