Las mentiras del emperador Alfaro
Además de la muerte y los impuestos, la ley de Murphy, la gravedad y el perro que va a ladrar en el momento en que la noche alcance su cénit, hay algo seguro en esta vida: el político, el que sea, te va a mentir. Por supuesto, él (o ella) argumentará que no, que quien lo afirma sólo quiere desestabilizar su proyecto. Y eso también será mentira.
Un día te dirá que ha refundado al Estado… y mentirá. Que gracias a que Dios lo eligió (los ciudadanos qué), el Río Santiago, el más contaminado de México, ha vuelto a la vida. Dirá que su administración destinó miles de millones de pesos tanto a eso como al control de inundaciones, aunque la evidencia de esa gran mentira te golpee en la cara cada vez que llueva en la ciudad.
En este caso, la ciudad es Guadalajara. La segunda más importante del país. La misma que hoy no es sólo conocida por el mariachi y el tequila, sino por sus vanguardistas soluciones hídricas que, en lugar de eliminar inundaciones, las convirtieron en un espectáculo de temporada.
Durante los últimos nueve años, quienes vivimos en la ex Perla de Occidente hemos sido bombardeados por anuncios gubernamentales que proclaman la construcción de colectores pluviales de última generación, con inversiones altísimas que pueden o no estar enterradas porque nadie lo sabrá salvo quien asegura que sí: que ahí está el colector gigante que evitará que los Arcos del Milenio se conviertan temporalmente en el Santuario de Poseidón.
El domingo 21 de junio de 2015, y como alcalde electo de Guadalajara, Enrique Alfaro se comprometió a “arreglar el problema” de las inundaciones, para el cual “lo único que se necesita es atención”.
Textualmente, sostuvo que las obras para evitar inundaciones “no les interesan (a los gobernantes) porque no lucen, son para salir en la foto”. Y añadió que “el problema tiene solución, hay que encontrarla rápido y se tiene que arreglar el próximo temporal. Ya será mi responsabilidad y espero dar cuentas ahí”.
Nueve años han pasado desde entonces y de su promesa sólo queda el recuerdo. Hoy, como en 2015, las calles se transforman en ríos, las glorietas en lagunas y los colectores de Schrödinger, que pueden o no estar ahí pero sólo lo sabrás hasta que quites la tierra, son tan sofisticados que han logrado lo impensable: hacer que el agua se quede un ratito más a cotorrear.
Según las autoridades, en Guadalajara hay miles de millones de pesos enterrados en colectores que, aparentemente, sólo funcionan en un universo paralelo, porque en este hay cada vez más parques acuáticos improvisados, más puntos de riesgo y, desafortunadamente, víctimas. Como en la Guadalajara de 2015, en la de 2024 hay personas en riesgo de morir por atreverse a salir a la calle durante una tormenta.
Esta ingeniosa estrategia de gestión pluvial trae más resultados evidentes: coches flotando alegremente y viviendas convertidas en acuarios. El trauma post-inundación ya no es cosa del pasado; ahora es parte del folclore local, como los Charros y las Chivas.
Y si volteas al recién renacido Río Santiago, también podrás darte cuenta del tamaño de la mentira. Donde los gobernantes ven aguas cristalinas, aire puro y una inversión de cuatro mil millones de pesos, los ciudadanos seguimos viendo espuma, algas y olor a huevo podrido.
Recordemos que antes de esa monumental inversión, el Santiago era apenas un hilo de agua que corría, tímido y escondido, bajo capas de lodo tóxico y desechos industriales. Hoy, los lentes de realidad aumentada que se compraron las autoridades les permiten verlo como un jacuzzi natural, bondadoso en espumas y poseedor permanente de una fragancia que deleita al olfato.
Porque, claro, no falta el aguafiestas que, cegado por el pesimismo, se queja de los problemas renales o las erupciones cutáneas que afligen a los habitantes de El Salto y Juanacatlán. Según esos desestabilizadores de proyectos, la mejora es más ficticia que real, una ilusión de cifras y estadísticas retorcidas que no les permite ver que la metamorfosis del río está en pleno curso.
Guadalajara, la ciudad de las rosas y de las mentiras del emperador Alfaro, es actualmente un destino que cualquier amante del sarcasmo debe visitar para comprender la magnitud del ingenio humano en la gestión de recursos.
No es la inversión, es la ironía. Gracias a ella podemos reconocer al Río Santiago como un tesoro resucitado por el toque mágico del gasto público, y a las lluvias como el atractivo de temporada que detonará al turismo a niveles tan altos como el que alcanza el agua en la estación Isla Raza del Tren Ligero… sin que a nadie le importe un carajo.
Porque, a veces, la verdadera belleza del progreso yace en la capacidad de creer, aunque sea con una pizca de sorna, en los milagros anunciados.
isaac.deloza@informador.com.mx