Las manos en espera de cuna por mecer
Que si la oposición falló o se quedó ensimismada, lejos del nivel que reclamaba la voluntad por dar batalla al régimen lopezobradorista. Que si la maquinaria de Estado, ésa que, sin sentir culpa, ni legal ni moral, usó el Presidente de la República para favorecer a su candidata, a su partido; del Estado se desprendieron dinero, empleados de la administración pública, difusión (la mañanera, entre otras argucias de propaganda pagada con el erario), las instituciones, de la FGR a Hacienda pasando por la instancia Bienestar y las Fuerzas Armadas. Que si las casas encuestadoras no dieron una. Que si los líderes de los partidos y estos mismos, con su pasado y su mal prestigio que fueron lastre para Xóchitl Gálvez. Que si ella misma fue nomás flor de precampaña.
Visto desde la derrota, a lo sucedido el 2 de junio con sus secuelas, no le faltan culpables y responsables, por omisión o comisión. Pasado el trance en las urnas y ya con las constancias de mayoría impresa y entregadas, el cobro de facturas se hace a cada bandería, a sus dirigentes, también a quienes estuvieron cerca de los perdidos y a los estrategas de las diversas materias que se invocaron en las campañas, dados los resultados, se equivocaron rotundamente.
Pero hay un factor del que se habla poco, si no es que nada: el acomedido; mujer u hombre que germina cada temporada electoral, en distintas manifestaciones: asesor, opinador, periodista, encuestador, académico de a ratos, influencer (famoso en las redes sociales cuya fama, atenidos a un dicho de Borges, se explica solamente porque es famoso, y cuya notoriedad, consecuencia de ser notorio, le confiere, según creencia popular, el poder de influir para que los demás hagan lo que la voluntad del influencer, y del que lo contrata, determine), acomedido que asimismo puede manifestarse como representante de la sociedad civil. Esta mujer u hombre que denomino acomedido, servicial u oficioso cuando le conviene, en en lapso de un año renace, crece, se reproduce y entra en estado de hibernación, para repetir el ciclo en el siguiente periodo de elecciones, reanimado por el aroma del dinero que se desprende del mercado electoral (mercado en su acepción de transacción económica y en la de sitio con bullicio desordenado para aquellos que lo miran desde fuera).
La misión principal que se fijan las y los acomedidos consiste en decir a quienes los contratan lo que quieren escuchar, aunque sea inconscientemente: que tienen todo para ganar la elección; si dudan o son realistas, el acomedido se encarga de convencerlos de que el triunfo depende que le hagan caso. Este sistema no es de uso exclusivo de políticos en busca de un sitio en el poder público, cualquiera interesado en las elecciones, si tiene capital a su disposición, puede acceder a algún acomedido, o a varios. Por ejemplo, economistas o especialistas en encuestas que hacen malabares con las matemáticas para demostrar cómo es que aquel que desee el pagano va a triunfar, a pesar de las evidencias en sentido contrario. Por ejemplo, opinadores renombrados de los que usan su tribuna para vender sus servicios; alegan tener contactos, informes privilegiados, chismorreo de alto nivel, entrada a encuestas infalibles que les permiten dictaminar que… Por ejemplo, sabihondos que dan clases en una universidad; detentan una mezcla de saberes utilísimos para la grilla de salón (historia, antropología, ciencia política, economía, sociología y hasta literatura) y entre ellos, los hay que presumen haber participado, así sea efímeramente, en la administración pública. Por ejemplo, publirrelacionistas -dizque políticos- que se pasean en distintos corrillos, lo que, según ellos, les confiere una sapiencia única, al alcance sólo de ciertos bolsillos. Por ejemplo, políticos en la banca que, por haber estado un tiempo en el candelero público, “ni modo que no sepan”.
Todos los anteriores, y los que no alcanzo a caracterizar, tienen incumbencia en varios aspectos de una elección y en lo que le sigue: desde candidatas y candidatos, líderes de partidos y sectores como el empresarial, dibujan la imagen de la realidad influidos por sus propios deseos, pero sobre todo por lo que los acomedidos añaden. La publicidad que consiguen algunas de estas posturas políticas repercute, no en una valoración informada de los aspirantes a un puesto de elección popular, sino en forma de lo que, por la banalización de la política, cada vez es más relevante: predecir el resultado de los comicios. El mecanismo tiene su aspecto ético: ya que las estrategias, análisis históricos, de coyuntura y pronósticos de los acomedidos fallan, se justifican (esta necesidad de justificarse es a la que confiero una dosis, mero gesto, de ética); y los elementos más a la mano para sus explicaciones son los yerros de las autoridades y el alegato de fraude, lo que correctamente leído implica: el sistema está contra mí, es decir: contra mi asesorada o asesorado.
Si nos supeditamos a la sabiduría popular (está de moda), la culpa no es de las y los acomedidos, sino de quienes les pagan la factura o les entregan el dinero (no es raro que estas transacciones corran al margen del SAT). Pero al final, lo preocupante es la respuesta que podemos dar a cuestiones básicas ¿cuál es el entregable que esperan los que pagan? ¿La verdad? O bien ¿el estado real de los asuntos político, por divergente que sea de lo que quieren? O simplemente quieren, sin importar la que cueste, que les acaricien un ego que se sueña capaz de intervenir para que las cosas sean como les parece mejor, normalmente ese “mejor” está relacionado con lo que les conviene… Es curioso, se parece mucho al esquema que emplea Andrés Manuel López Obrador.
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