Las fosas fegistas de Carlos Pereira 100
Las cifras históricas revelan claramente que el grave problema de las desapariciones en Jalisco ya se padecía desde muchos años antes que en el 2018. Este lastre que sepulta en vida a las familias, se visibilizó como nunca con la privación ilegal de la libertad y muerte de Javier Salomón Aceves, Marcos Avalos y Daniel Díaz, estudiantes de cine del CAAV, a partir de cuyos casos emergieron miles de historias similares de dolor.
Como símbolo de ese antes y después, de ese momento de irrupción de toda la impunidad contenida por décadas quedo la ex glorieta de los Niños Héroes, que se renombró como la glorieta de las y los Desaparecidos y que hoy es casi insuficiente para poner las lozas de las y los jaliscienses de los que no se sabe su paradero y que crece día a día con casi total impunidad.
De aquel terrible episodio a la fecha todos somos conscientes que Jalisco es el Estado número uno, por mucho, en desapariciones y en el hallazgo del mayor número de muertos en fosas clandestinas, un fenómeno delictivo que junto con las casas del terror están ligados a los raptos de hombres y mujeres.
Tan sólo del año 2000 al último corte en el primer semestre de este año, han desparecido casi 13 mil personas en Jalisco, que significan el 17 por ciento de las que ocurren en todo el país. La gravedad del caso es que las desapariciones van en aumento, ya que entre el 2020 y el 2022 han ocurrido el 61 por ciento de ellas.
La detención esta semana de Yuridith Paloma “M”, acusada de estar relacionada con el multihomicidio del comerciante Armando Gómez, su hijo Francisco Ismael y tres de sus compañeros estudiantes de la Preparatoria 8, Juan Pablo Valentín, Gabriel Morán y Francisco Carrillo, que se cometió en diciembre del 2011 en el edificio de lo que fue la gansteril Federación de Estudiantes de Guadalajara (FEG), nos hace caer en la cuenta que perdimos una década para tratar de evitar tantas muertes y desapariciones por no ver una tendencia delictiva que ya estaba en nuestras narices.
Nadie hablaba entonces de ellas con la familiaridad con la que ahora se les refiere. Pero aquellas fosas clandestinas que cavaron los entonces dirigentes de la ya agonizante FEG para sepultar el cuerpo del comerciante que se negó a pagar un aumento en el cobro de derecho de piso, de su hijo y sus tres compañeros, nos demuestran hoy que el problema estaba ya entre nosotros y que no hubo autoridad que actuara ni sociedad civil activa que lo exigiera.
Aquel hecho criminal terminó con toda una era de porrismo y pistolerismo estudiantil que marcó la vida pública de Jalisco al ordenarse la demolición del edificio de Carlos Pereira 100, pero no con las fosas clandestinas que pusieron fin a la historia de otrora poderosa FEG, que empezaron a aparecer, sin freno, por toda la ciudad para agobio de todos.
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