Las cuatro estaciones de Palomar
La columna “Diario de un espectador” de Juan Palomar Verea siempre empezaba con un párrafo delicioso seguido de la palabra “Atmosféricas” en donde describía los sucesos del jardín (¿interior?) de su casa en la calle de Atenas de la Colonia Americana, retratando de esa manera, la lucha de las partes durante las cuatro estaciones del año.
Seguramente el cura rosso, como le decían a Vivaldi, hizo lo mismo en Venecia, observando los sucesos de cada estación para transformarla en música, tal como la gozamos cuando oímos una de las interpretaciones de Las cuatro estaciones en donde los silencios son pautas del drama como esos que provoca Palomar con el punto y aparte o los tres seguidos para darnos así un respiro y que podamos imaginar la lucha entre las partes en la esperada primavera o en medio de las lluvias en el verano, el viento del otoño o el frío del invierno:
“El empecinado jazmín continúa su oficio en la penumbra. Va dando razón y rima de los días que pasan, de los cielos que por aquí han transitado, de cada insignificante gesto del jardín que así determina el sino de este tiempo. Como para preguntarle cosas, piensa entonces alguien. Y pasar después, el tiempo que resta, recogiendo tal vez sus respuestas inexorables y justas.
“El invencible color de las floraciones de la estación flota sobre el campo como la nube del delirio. El mero fondo de los ojos se habrá de llevar ese resplandor hasta el día último”, como sucedía un día en el verano del 2011.
Diego Orduño se dio a la tarea de recopilar, revisar y proponer los varios escritos de Juan Palomar Verea desde el 2008 hasta el 2019 para que ARTLECTA / IMPRONTA CASA EDITORA los publicara en 444 páginas como Barragán x Palomar, entendiendo que “ambos arquitectos entregados a sus propias genialidades, obsesiones y manías… tienen puntos convergentes más allá de la arquitectura misma”.
Los artículos los podemos leer en el orden que sea para disfrutar de cada uno de los textos que un día aparecieron publicados aquí en El Informador, como “Diario de un espectador”, tal como lo mencionamos, o en “La ciudad y los días” (el espacio y el tiempo, necesario conocerlos para entender cualquier drama), así como otros textos relacionados con la vida y obra del arquitecto Luis Barragán Morfín, como ese que escribió para La casa de Luis Barragán. Un valor universal, publicado por la Fundación BBVA en el 2011, de donde tomo este fragmento para seguir con el fuego graneado:
“Siete años después, Barragán decide edificar una nueva casa para sí mismo. Del jardín que había conformado deslinda un terreno de apenas 900 metros cuadrados. Su ancla y razón fue un pirul, que aún hoy subsiste, recostado sobre un prado.
“A partir de este pirul, de su significación como síntesis y emblema de la naturaleza reencontrada, aparece el gesto fundacional de la casa: el gran ventanal que separa y reúne los ámbitos externos e internos de la morada. Como si el objetivo de toda la construcción fuera a situarse en el jardín, y frente al jardín”.
Las notas las han titulado para que el lector pueda referirse a los temas que más le puedan interesar. Sin duda alguna, la pluma de Juan vuela por los aires como lo podemos comprobar en este libro bien hecho con el que realza la lectura impresa en papel, con una tipografía e interlínea correctas en los varios textos del arquitecto, este que también es un hombre de letras, trilingüe, culto, memorioso, tapatío por excelencia, erudito y amigo querido que practica varias de las bellas artes tan naturalmente como la tierra que pisa casi todos los días.
Así como Vivaldi imaginó sus Cuatro estaciones, así Juan Palomar Verea describe las suyas como esa “mañana que amaneció sombría y una luz como de fin del mundo transfiguró las calles prestándoles un aspecto extraordinario y misteriosamente gozoso” tal como escribió un día cualquiera para que formara parte de las cuatro estaciones de Palomar.